domingo, 9 de noviembre de 2008

EL ESPEJO, G.K. Chesterton

Adquirí joven la costumbre del estudio frente a la lectura distendida. Me gusta leer con lápiz y me apetecen artículos, reflexiones, ensayos. Hace poco tiempo compré un libro de G.K. Chesterton (me encantan estos nombres que nos hemos a costumbrado a desconocer por el uso excesivo de sus iniciales) titulado Lectura y Locura. Ni que decir tiene que me abalancé sobre él por su título, pero también porque era autor muy querido por mi madre y porque siempre tendré que agradecer aquellos clubes y los hombres jueves. El ensayo que copio aquí pertenece a ese libro y tiene, desde mi punto de vista, varias ideas interesantes que animan, creo, a la reflexión. Espero que les guste.
EL ESPEJO, de G. K. Chesterton
PERDIDO en las inmensas llanuras del tiempo, vaga un enano que es la imagen de Dios y ha sido el artífice, a escala aún más diminuta, de una imagen de la Creación. Ese retrato pigmeo de Dios es lo que llamamos el hombre, su pigmeo retrato de la Creación es lo que llamamos el arte. Sería subestimar la función del hombre decir que únicamente ha expresado su propia personalidad. Pues todo artista expresará, sin duda, su propia personalidad, pero principalmente a través de su interés por otras personalidades -como la de carniceros, panaderos y obispos- o incluso a través de su interés por impersonalidades como el viento, la lluvia, la música o la metafísica. Su tarea -secundaria, aunque divina- consiste en volver a crear el mundo, y ese es el significado tanto de todos los retratos como de todos los edificios públicos. Aun más, si cabe, ha de crear un mundo como si fuera un dios, y no simplemente emitir un ruido, como si fuera un animal o un esteta egoísta. Aun cuando trate de pintar las cosas tal como son, las pintará, inevitablemente, como habrían de ser. Sin embargo, esa tendencia debe ser inconsciente. El artista humanizará por instinto al más inhumano de los mostruos y domesticará a la más salvajes de las fieras. Por su misma naturaleza tratará de comprender a un caballo mejor de lo que el caballo es capaz de entenderse a sí mismo, al igual que el emperador pagano. Y por su propia naturaleza verá también los pájaros y las bestias como presagios antes que como animales, igual que los augures paganos.
Esto quedaba claramente ilustrado en la antigüedad con aquel hábito que enonces existía de transformar a los animales, por medio de símbolos arbitrarios, en virtudes humanas. Así, el león era la magnanimidad, pues jamás tocaba a las doncellas, aunque muy pocos de nosotros llegaríamos al extremo de arrojar inocentes señoritas a las jaulas del zoológico para probar la teoría. Del mismo modo, el pelícano encarnaba la caridad, aunque también somos verdaderamente pocos los que habremos visto nuestros pecados y deudas perdonados por ningún ave de esta especie.
La primera historia natural era algo enteramente sobrenatural, y el hombre elaboraba alegorías en lugar de clasificaciones de los animales. Esto era, claro está, un error producto de la simple teoría del dominio del hombre sobre la naturaleza. Y es sin duda por esa razón por la que la ciencia heráldica , con toda su lógica llena de lucidez, con su atractiva historia y su magnífico arte ornamental, ha sucumbido al tiempo y ha arrastrado en su caída a toda la verdadera aristocracia. Sin embargo, era la realización extrema de algo que debe limitar de modo permanente el arte humano. Ninguno de nosotros sabríamos decir cuál es verdaderamente el valor de un árbol para un árbol, de un arenque para otro arenque, siquiera de un perro para otro perro. Menos aún podría ninguno de nosotros precisar cuál es el valor de ninguno de ellos para esa realidad inconcebible y entronizada que a todos los creó.
Así, pues, dentro de cualquier arte humano, por mimético que sea, ha de introducirse necesariamente algún elemento creativamente humano. Todo caballo creado por la mano de un hombre será en parte humano, como un centauro y, por lo tanto, será en parte fabuloso. Todo pez creado por la mano de un hombre será en parte humano, como una sirena y, por lo tanto, será en parte legendario. Sin embargo, este elemento místico en realidad sólo estará presente cuando el hombre trata de plasmar los contornos reales del pez o el caballo. Toda esta energía personal será efectiva únicamente en tanto parezca impersonal. Pues desde el momento en que el artista moderno renuncia a todo propósito de realidad, pierde prácticamente cualquier poder sobre la fábula. En un cuadro sólido y bien pintado, vemos el elefante sólo a través de su atmósfera. En cambio, en alguno de esos débiles y pobres cuadros modernos, lo que vemos es la atmósfera a través del elefante. Demaisado a menudo el artista moderno se pierde tratando de encontrarse y plasmarse, y superpone un yo ficticio a ese verdader yo inconsciente que, de otro modo, se expresaría con libertad. Se ha convertido en un individualista, y ha dejado de ser un individuo. Más aún, se ha convertido en un loco en el sentido más terrible y literal del término. Se ha vuelto consciente de su subconsciencia.
Así pues, cuando un hombre recrea algo, ha de hacerlo siempre ligeramente de acuerdo con su propia imagen. Si esculpe el más informe "eslabón perdido", éste siempre se asemejará un poco más al hombre que al mono. Si esboza un rinoceronta embrionario, bien puede ser que tenga, como se dice de los recién nacidos, la nariz de su padre. Estos dispersos y huidizos rasgos humanos, sin embargo, son lo máximo que el artista pùede aproximarse a una auto-representación. Pues lo único a lo que un pintor no debería estar legitimado es a pintarse a sí mismo; mientras menos piense en esa persona trivial, mucho mejor. Cierto es que Rembrabdt se autorretrató en varias ocasiones, y cierto que Rembrabdt fue un gran hombre: pero teniendo en cuenta que cada vez que se pintaba lo hacía de un modo totalmente distitnto a las anterior, no creo que estuviera demasiado atenta a su modelo. Escrutar un espejo es, sin duda, un acto poético y fascinante. Bien lo sabía Lewis Carrol. Pero lo que jamás ha de hacerse es mirar un espejo con el objeto de mirarse a uno mismo. Uno es, más bien, tan sólo un irritante obstáculo ante esa puerta mágica. Alicia no se asomó al espejo para encontrar a Alicia. Trató ded ver a través de aquella extraña puerta y se sintió atraída por aquellas extrañas ventanas que abrían hacia fuera por doquier en aquel mundo radiante y silencioso:
Mágicos ventanales abiertos a la espuma
de peligrosos mares del país de las hadas.
Decorado y perspectivas justifican la mirada al espejo del artista, pues poseen una apariencia sobrenatural, inconsciente u extraña, como si formaran parte de ese otro mundo al cual sólo pertenecemos a medias. Pero un artista jamás debería tratar de encontrarse a sí mismo en el hombre del espejo; pues por muy sigilosamente que observe o por muy ágilmente que salte, jamás logrará sorprenderlo en un descuido.
Imagino que muchos de nosostros habremos descubierto las personalidades más fuertes en hombres que ni siquiera saben que poseen una personalidad. Las aguas que manan se esparcen a un lado y a otro derramándose por toda la tierrra. Sólo las aguas que caen giran hacia dentro, hacia su propio eje, en las espirales del remolino. Sin embargo, las más peligrosas de todas las aguas, aun peores que el remolino o la crecida, son aquellas que, al detenerse por un instante, pueden reflejar el rostro de un hombre.
Gilbert K. Chesterton, LECTURA Y LOCURA
Y OTROS ENSAYOS IMPRESCINDIBLES,
ediciones de Espuela de Plata, 2008.

4 comentarios:

Raquel T. dijo...

Tremendo, Izaskun, simplemente Chesterton... Siempre me ha encantado G.K. ;), disfruté muchísimo con "El hombre que fue jueves", con "El candor del padre Brown" (¡tengo que releerlos!)... Tiene una capacidad para el lenguaje y para "ir más allá" con sus acertadas paradojas que me parecen únicas. Excepcional texto, me ha encantado leerlo y lo he degustado a cada palabra.
Gracias por compartirlo...
¡Abrazos de buena literatura!

Librería de Mujeres Canarias dijo...

En efecto, Raquel, tremendo Chesterton. También yo debería releérmelo, pero ya no atino ni tan siquiera a eso.
Gracias por pasarte por aquí.
Abrazo de admiración.

Anónimo dijo...

Coincido, tremendo y maginfico.

Un abrazo Izaskun.

Librería de Mujeres Canarias dijo...

Muchas gracias, Triana. Así es Chesterton.
Un abrazo.