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jueves, 13 de agosto de 2009

DESPERTAR AZUL

Pues nos trajimos el ordenadorcito a Madrid y copio de la libreta desde aquí, en casa de amigo sobre mesa prestada, con Tomás agotado tras la exposición de Matisse y Adalberto haciendo tareas y puf, no sé. No estamos mejor, ni peor, por estar en la capital. Estamos recién llegados de ayer y mejor no prejuzgar(me). Llevo días empeñada en este despertar que fue un sueño con una mujer de nombre propio y puertas muy altas. Y aquí va el empeño:





DESPERTAR AZUL
Abre la puerta una mujer de vestido azul y gesto amable. Es una mujer madura de movimiento pacificador y mirada abierta al otro; mujer-madre-seguridad-cariño que me guía por el laberinto de pasillos hasta la gran puerta cerrada. Me quedo sola ante la puerta. Nadie. Ningún sonido. Nada.
Estoy esperando. Abre la puerta una mujer de vestido azul y gesto curioso. Es una mujer joven de ojos luminosos y boca sensual; mujer-melena al viento-cuerpo-deseo-libertad-vida que se sienta frente a mí con una taza de café. Y bebemos. Sin hablar. Diciendo. Sorbemos el café amargo.
Estoy sintiendo. Abre la puerta una mujer de vestido azul y gesto sereno; una mujer-maestra-amiga-destino que me toma de la mano y me lleva hacia el espejo. Y me llama. Sin palabras. Desde el otro lado. Y.
Estoy aprendiendo. Abre la puerta...
Y voy a visitarlos y a leer algo. Mis hijos juegan en el metro y. A tod@s un abrazo de calor seco. Y un beso.

miércoles, 18 de febrero de 2009

DESPERTAR BLANCO

Para P. o T. o X.
que me dejó como gata panza arriba,
con la esperanza de que me consienta.
Despertó con el sol brillando directo contra sus ojos. Sintió su calidez como un fogonazo y procuró evitar el deslumbramiento cambiando de posición. No pudo. Constató entonces que lo habían inmovilizado. Y un grito instintivo escapó de su garganta.
Nada. Nadie acudió en su auxilio.
Ernesto estaba atado boca arriba bajo el sol. Los correajes que aseguraban su cuerpo apenas le permitían mover los brazos y las piernas. La rígida estructura adherida a su espalda le impedía cualquier conato de verticalidad. Presa de la desesperación se concentró en convencerse de que todo era fruto de una ilusión, que se trataba de una pesadilla absurda. Hizo acopio de fuerzas para despertar al exterior. Allí estaba el sol cegador, el blanco. Y un alarido de voz se le voló.
Nadie. Nada se inmutó.
Las mujeres hablaban animadas en el patio mientras tomaban café. La tarde soleada era propicia a aquella alegre reunión que transcurría ajena a los cercanos gritos lastimeros. En el corro alternaban las risitas nerviosas, unidas a recuerdos de viejas anécdotas, con los cuchicheos asociados a compañeras ausentes. Las congregadas compartían alegres historias, pero la joven Elisa parecía inquieta. -Hace calor- dijo, levantándose discreta. -Disculpen, voy al baño a refrescarme. Y resuelta cruzó el patio en dirección al lavabo. Cuando pasó junto a Ernesto lo vio agitando espasmódicamente piernas y brazos, como un galápago agonizante. Se acercó con gesto cariñoso y lo cambió de posición para que el sol no le diera en la cara. Desde su silla en la mesa grupal Doña Blanca sentenció: -¡pobre Elisa! ¡Si consiente así al niño, terminará siendo su esclava!

domingo, 25 de enero de 2009

DESPERTAR NEGRO

DESPERTAR NEGRO




Cuando se giró sobre el costado izquierdo Alberto descubrió que no estaba en su cama y pensó. La mente en blanco no le devolvió ninguna explicación. Respiró hondo y abrió sigiloso el ojo derecho: negro. Cerró rápido. Nada en su recuerdo. Abrió los dos ojos: negro y líquido.
Dejó los ojos abiertos, la respiración controlada, concentrado en la visión. Y supo que la gota salía de su nariz. Y recordó: la luz de la ambulancia, el sabor del whisky despertándolo, los gritos de Inma, el tubo plástico arañando la garganta, la aspereza del carbón llenándolo, las pastillas bebidas de un solo trago, la libertad presentida, la luz fría del hospital... Y cerró los ojos.

sábado, 6 de septiembre de 2008

Despertar verde, de Izaskun Legarza.

DESPERTAR VERDE
Después sabré que es la palmera lo que veo. Al despertar no.
Abro los ojos sobre verdes círculos concéntricos. Estoy de pie. Inmóvil. Siento mis manos asidas a un objeto de tacto metálico.
Recuerdo.
Estoy en el balcón. La cabeza suspendida en el vacío. Las manos aferradas a la barandilla. El deseo de saltar.
Al despertar, los ojos posados sobre una diana verde: cenital perfecta de la palmera a trece pisos de distancia.
Respiro hondo, me giro y entro en el salón.
La vigilia se me desconectó antes de la acción: renazco en verde.