Me enloqueció Shaun Tan cuando conocí su Árbol rojo. Leí el libro una y otra vez fijándome en todos los pequeños detalles, en los cambios de planos, en las entradas de luz, en los símbolos, en el lugar de la hoja en cada página, en el tipo de letra, en los tiempos. Se convirtió desde el primer momento en uno de los libros de mivida, de esos, como los de Lispector, que no paro de regalar y redescrubir y que siempre tengo cerca. Después ahorré para alcanzar sus Emigrantes, muy distintos y nada decepcionantes. Ahora, el viernes le llegó el turno a Cuentos de la periferia, del que extraigo esta joyita que esta vez, gracias a Triana, copio con ilustración, aunque la ilustración es del Árbol rojo.
El cuento se titula RESACA y dice así:
Cuando los vecinos se referían a la casa del número diecisiete lo hacían sólo en voz baja. Todos conocían de sobras los gritos, portazos y el estruendo de objetos rotos que salían de ella. Pero una
calurosa noche de verano ocurrió algo mucho más interesante: la aparición de una gran animal marino en el jardín frente a la casa.
A media mañana, todos los vecinos habían visto ya a esa criatura misteriosa, que respiraba acompasadamente, cuando salieron a comprar el periódico. Naturalmente, se reunieron alrededor para verlo mejor.
-Es un dupongo- dijo un niño pequeño-. El dupongo vive en el océano ïndico y es un mamífero raro que está en peligro de extinción, de la orden de los sirénidos, familia dugongidae, género dugong, especie D. dugong.
Nada de todo eso explicaba que hubiese aparecido en en su calle, a no menos de cuatro quilómetros de la playa más cercana. En cualquier caso, los vecinos se ocuparon simplemente de atender al animal varado con cubos de agua, mangueras y mantas mojadas, tal y como habían visto hacer en la tele con las ballenas.
Cuando la parece joven que vivía en el número decisiete salió finalmente de casa para ver qué pasaba, con la mirada nublada y confusa, su impulso inmediato fue el enfado y el reproche.
-¿Esto es lo que entiendes por una broma?- se gritaban el uno al otro, y también a alguno de los vecinos. Pero pronto se callaron, desconcertados, impotentes ante lo absurdo de la situación. No podían hacer nada más que unirse a las tareas de rescate: encendieron los aspersores del jardín y llamaron al servicio de emergencias competente, si es que existía (algo que debatieron durante un buen rato, mientras se arrancaban el uno al otro el teléfono de las manos).
Mientras esperaban a los expertos, los vecinos se turnaron para acariciar y tranquilizar al dugongo. Le hablaban a la altura del ojo, que parpadeaba lentamente -todos se sorprendieron de verlo tan profundamente triste- y apoyaban la oreja contra su piel húmeda y cálida para oír un sonido tenue y lejano, pero por lo demás indescriptible. La llegada del camión de rescate fue casi una interrupción inoportuna, con las luces intermitentes naranjas, con los operarios del ayuntamiento de chaquetas fluorescentes que le decían a todo el mundo que se apartara del lugar. Su eficiencia era impresionante: tenían incluso una especie de grúa y una bañera lo suficientemente grande para acoger a un mamífero marino de dimensiones considerables. En cuestión de minutos cargaron al dugongo en el vehículo y se lo llevaron, como si las situaciones de ese tipo fueran su pan de cada día.
Más tarde, esa misma noche, los vecinos cambiaban impacientemente de canal para ver si decían algo sobre el dugongo, pero al ver que no era así llegaron a la conclusión de que posiblemente todo aquello no había sido tan extraordinario como a ellos les había parecido.
La pareja del número diecisiete empezó a gritarse de nuevo, esta vez porque habría que arreglar el jardín. El césped que había debajo del dugongo había quedado increíblemente amarillo y mustio, como si la criatura hubiera estado allí durante años y no tan sólo unas horas. Entonces la discusión pasó a otro tema completamente distinto, y un objeto, probablemente un plato, impactó contra una pared.
Nadie se fijó en el niño que, con una enciclopedia de zoología marina en los brazos, salió de la puerta delantera de la casa, se acercó a la mancha de césped descolorido con forma de dugongo y se tendió justo en medio, decidido a quedarse allí mientras pudiera, con los brazos pegados a los costados, mirando las nubes y las estrellas hasta que sus padres se dieran cuenta de que no estaba en su habitación y salieran a buscarlo gritando, enfadadísimos. Qué raro fue, entonces, cuando finalmente aparecieron sin hacer ruido, sin brusquedad. Qué raro fue sentir sólo unas manos que, con mucha ternura, lo levantaban del suelo y lo llevaban de vuelta a la cama.
Shaun Tan, Cuentos de la periferia,
Cádiz, Barbara Fiore Editora, 2008.
12 comentarios:
Hola Izaskun, ya te comente que tenía solo El arbol rojo y emigrantes, pero me tomo nota para buscar este.
Descubrí a Shaun Tan de la mano de Madame Vaudeville y su blog y desde ese momento me dejó hechizada.
Las ilustraciones de sus libros son de lo mejor que puede haber.
Este cuento es precioso.
Un beso
Izaskun, que raro encontrar la ternura en medio de las múltiples insatisfacciones.
Si, las maravilla está en la periferia y por fortuna las reacciones son insólitas.
Un abrazo con resaca.
Sergio Astorga
Oh!
Qué refrescante es leer un cuento por las mañanas!
Gracias!
(me encanta el dibujo... ¿ahora cómo no llamarlo dugongo, también a él?)
Hola PIZARR, te escribí un mail para decirte que cha,cha,cha,chán aprobé las oposiciones, pero no sé si te llegó. Yo tengo (me di cuenta ayer) otro de Shaun Tan que se llama la cosa perdida. Los cuatro que conozco me parecen fabulosos y las ilustraciones pues lo que tú dices, de lo mejor que puede haber.
Gracias por tu visita.
Un besazo.
Izaskun
La ternura, Sergio, sé que lo sabes bien, se encuentra en los ligares más insospechados. El atractivo de la periferia es innato en mí como la ruptura de fronteras.
Si lo insólito deriva en cariño, bienvenido sea.
Un abrazo de animal descontextualizado.
Izaskun
Refrescante a cualquier hora leer y ver cuentos como este, querido CaChaloTe. Seguro que el digongo es amigo tuyo.
Un abrazo
Que delicía Izaskun, alguien me había hablado de Shaun Tan, pero se me acumula el trabajo y llevo una temporada larga con poquito tiempo para leer, sin embargo ya estan en mi lista de "pendientes" esos titulos, necesito de esa ternura en este momento.
¡¡ Felicidades !! por tu aprobado en las oposiciones.
Un abrazo de nube de algodón.
Creo que a más de una se nos acumula el trabajo, yo también tengo pendiente a Shaun Tan, te agradezco que nos hayas mostrado un trocito de su arte. De momento ya sé lo que le voy a pedir a los reyes: un dugongo.
Un abrazo desde mi jardín.
Rabiosamente bueno, Izaskun, tremendo cuento de Shaun Tan el que compartes, son palabras "muy" mayores... Creo que existen muchos "dugongos", que adoptan las formas más diversas, que llegan a nosotros por distintas vías, y que se hacen impunemente con nuestra atención, distrayéndola de lo que es verdaderamente importante... Espero que los "dugongos" acaben, pues, siendo eso, "dugongos".
Abrazos, de los que son importantes de verdad...
PD: Te he echado de menos...
El árbol rojo es, Triana, imprescindible para los días de llanto, para los de felicidad, para los de angustia... Es casi tan terapéutico como tus comentarios.
Un abrazo tierno.
Izaskun
Creo, Maribel, que me voy a sumar a la idea de pedirle a Los Reyes Magos un dugongo, o varios para repartir que como ya sabes veo muchos niños descariñados y lo llevo mal.
Un abrazo
Izaskun
Querida Raquel, tantas cosas que distraen nuestra atención de lo que importa. Tantas y tantas distracciones absurdas...
También yo te he echado de menos.
Te escribo pronto.
Un abrazo de amiga.
Izaskun
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