lunes, 21 de junio de 2010

PETRÓLEO Y MISERIA

Se van los días sin apenas tocarlos. Busco tiempo en mis bolsillos y de nuevo desespero. La librería crece a trompicones y el miedo fluye como caño abierto. Recuerdo los días pasados en Ecuador, las gentes, los buenos humores, las ganas de creer y creerme. Busco los sentimientos y traigo otro fragmento de aquel viaje. Es largo y pienso cortarlo pero soy impaciente y al fin decido plantarlo entero. Espero que me digan, como siempre, que me cuenten, que me...

Esta es la crónica de mi viaje a Orellana con mi compañero Pato. Es la historia de un trayecto, en el espacio y el tiempo. Y aquí la dejo, con un abrazo y muchísimos nervios.


Ir

Debo viajar a Puerto Francisco de Orellana, a El Coca como dicen los compañeros, para hacer algunas observaciones del trabajo de evaluación que estamos realizando. Compro por teléfono el billete, esta vez de avión, pregunto a algunas colegas qué ropa debo llevar (calor húmedo, me dicen) y preparo la pequeña mochila. Saldremos muy temprano en la mañana (hay que estar en el aeropuerto a las 6:00) y regresaremos esa misma tarde. Un viaje rápido, demasiado rápido para ver, lo sé, pero es la única posibilidad que tenemos.

Al atardecer me tumbo sobre la cama y me adormezco pensando en el ambiente que encontraremos. Orellana es una de las provincias petroleras del Ecuador, una de esas zonas donde los intereses económicos del capitalismo global reinante se cruzaron con la riqueza de la selva amazónica. Un lugar de enfrentamientos múltiples (población huaoraní/ evangelizadores/ colonos/ empresas petroleras/ medioambiente/ agricultura/ artesanía/ machismos variados/ y un largo etcétera), uno de esos sitios en los que las escaladas violentas se suceden hasta sentirse inevitables. En fin, una zona incómoda.

Me informo muy superficialmente sobre la provincia. Leo algunas cifras de población y producciones y me paro en la noticia del enfrentamiento violento entre población y ejército en Dayuma, en 2008. Definitivamente siento que vamos a un espacio difícil, me apena de antemano no poder pasar más tiempo.

Y me duermo.

Me levanto antes del amanecer, tomo una ducha rápida y voy en taxi hasta el aeropuerto. Son sólo 20 minutos: a las 5:30 estoy buscando, con mi compañero, el mostrador de la compañía aérea que parece no existir. Un joven nos informa de que debemos ir a otro hangar, los vuelos de VIP tienen pistas propias, afortunadamente anejas al Aeropuerto Internacional Mariscal Sucre, de Quito. Corremos a la zona que nos han indicado y entramos en un mundo distinto, silencioso y aparentemente sereno, que imprime sentido a las siglas del vuelo: VIP (very important people en mi conocimiento general, vuelos internos privados en este caso).

Pasamos los controles de rigor y nos internamos en la acogedora salita de espera que compartimos con hombres y mujeres (dos, contándome) que visten trajes ejecutivos y llevan ordenadores portátiles y móviles de última generación. Me levanto a pedirle un café a la señora con vestimenta quichua que sirve tras un pequeño mostrador. Cuando voy a pagarle responde amable: “en VIP todo lo que se ofrece tras su ingreso es gratis, señora.” Comprendo que estoy fuera de lugar y aprovecho para compartir con mi compañero un gratuito y sabroso plato de piña tropical. Al fin anuncian el vuelo (casi media hora de retraso que dará lugar a disculpas reiteradas) y nos sumergimos en el pequeño avión de hélices rumbo a Orellana.

Mientras volamos pienso en mis prejuicios sobre el mundo del petróleo. Cierro los ojos y me recuerdo con mi padre en el petrolero en el que viví tres meses, me veo en Noruega visitando una plataforma y siento el ruido, oigo la voz quebrada de mi madre anunciando el incendio del barco en la bahía… El petróleo, ese “oro negro” que mis estudiantes de secundaria hacían sinónimo de riqueza, siempre me ha despertado sentimientos encontrados: ¡ya veremos!

Ver

Llegamos a El Coca apenas amanecido y nos trasladamos en taxi desde el aeropuerto al centro de la ciudad. La población de la extensa provincia (más de 20.000 kilómetros cuadrados) apenas llega a las 100.000 personas y la capital se nos aparece como una amalgama de viviendas alineadas en torno a calles y caminos que llevan al río, a los ríos. “Este es el río Napo”, nos dirá esa mañana un profesor, “pertenece a la cuenca amazónica. Usted puede ir desde aquí hasta su Atlántico. Claro que encontrará muchas dificultades para llegar. Hay que atravesar fronteras, se encontrará narcos y ejército, las compañías le impedirán pasar.” Las compañías. En el día pasado en Orellana no hay personas que me nombren una compañía petrolera concreta, hablan en abstracto de las compañías. Entonces pregunto, miro, contrasto.

Puerto Francisco de Orellana es una ciudad llena de comercios destartalados que da la sensación de encontrarse en movimiento perpetuo. La gente se mueve deprisa y esquivando la mirada. Hay personas muy distintas, es fácil reconocer etnias diversas, tonos de piel, diferentes formas de vestir. Parece claro que es una ciudad hecha desde otros, una ciudad colonial. Y lo es en muchos sentidos, porque no solo fue ciudad fundada para evangelizar a las puertas de la selva, sino que con el boom petrolero en los años sesenta llegan a la ciudad, a la provincia, colonos de todos los puntos de Ecuador, personas en busca de futuro que abandonan campos y se trasladan a Orellana con la idea de ese nuevo El Dorado que fue el descubrimiento de la riqueza petrolífera.

En las calles hay comercios abiertos con gran variedad de artículos y, sobre todo, casas de comidas y tiendas, fijas o ambulantes, con frutas que me son totalmente desconocidas. Caminamos, miramos y charlamos. La gente no se muestra abierta a primera vista. Mi compañero y yo tenemos que visitar campos agrícolas en los que nos informan de los problemas con los acuíferos contaminados por los residuos del petróleo, de los suelos pobres característicos de las zonas selváticas, de las dificultades para conseguir que el cacao, el café, la yuca, den utilidades. En todas las tierras los mismos comentarios: ¡el agua está contaminada!, en el colegio un laboratorio de aguas y suelos. Casi todos los trabajos los hacen por encargos de las compañías.

Volvemos a la ciudad y al camino. Nos acercamos al río y nos sentamos en una pequeña terraza a conversar. Ahora sí, frente a nosotros, el comercio estrella de la zona, el mercado de sexo. Sexo pagado para todos los públicos, pienso. Lo veo siempre que me acerco al petróleo: en los barcos, en las plataformas, en las cercanías de los pozos. Claro que lo veo en otros sitios, pero no puedo concebir el petróleo sin sexo y aquí, de nuevo, lo encuentro. Mujeres solas de todas las edades, niñas apenas desarrolladas, jóvenes de pechos erectos, madres con caderas de deseo, abuelas cansadas. Todo tipo de mujeres para todo tipo de clientes. Mujeres que conviven en burdeles de carretera, mujeres que trabajan en privado y a domicilio, mujeres para todos los gustos y todos los bolsillos. Hombres, niños, también, claro, pero es difícil visibilizarlo.

Las trabajadoras de los prostíbulos humildes son mujeres a la vista de todos. Algunos lugares de carretera a pocos pasos de la ciudad lucen farolillos rojos y carteles de cartón pintado en los que las familias de mujeres trabajadoras se asoman, salen a la puerta, saludan a los conductores de los buses, mercadean con las señoras del pueblo, hacen su trabajo dignamente, y se someten a veces a la violencia de esos hombres, trabajadores de abajo, que poco ganan con el petróleo. Esos entre los que están sus hermanos, sus esposos y sus hijos. En la ciudad es fácil detectar las calles de lupanares. Se mezclan, allí, negocios abiertos parecidos a los de la carretera con prostíbulos simulados con epígrafes de sauna, night club, masajes… Y locales de lujo, y anuncios privados y públicos. Como en los edificios oficiales, en las ciudades petroleras de la selva ecuatoriana, los prostíbulos se distribuyen en las plantas, cuanto más alto más lujoso y más caro. Me entristece el ambiente, y me atrae. Hay algo muy animal en ese mundo de hombres sudados que sólo en el sexo tienen contacto humano. Hay algo atractivo en esas miradas perdidas que sólo a través del alcohol sueltan la voz y emiten el grito frustrado. Hay algo terrible en esos seres solitarios. Algo profundamente inhumano. Me freno.

Es tarde, hay que volver a los colegios y volver al aeropuerto y volver… un par de entrevistas con químicos de la zona, intercambio amable de correos y de nuevo al vuelo.

Volver

En el avión las mismas caras de la mañana. Faltan algunas, dos o tres, pero no hay nadie nuevo. Nos vamos los de fuera, sin mancharnos. Se quedan los obreros de las compañías, los colonos que recorrieron medio país para sumirse en una miseria distinta, los trabajadores que no se perdonan el daño a sus aguas y a sus tierras, los que se emborrachan todas las tardes y se conforman con la puta más vieja.

Vuelan los técnicos, los que a diario van y vienen en avión a la ciudad, los jóvenes con calzado adecuado que pagan a las hijas del obrero en el prostíbulo de piso alto. Los que regresan a su casa dejando en la selva las tensiones del trabajo, con el cuerpo relajado tras una penetración de las que sus mujeres no admiten, limpios de ducha, con el bolsillo lleno. Y también, claro, los que sólo van una vez al mes, para firmar contratos importantes, para hacerse la foto de rigor con el político de turno, para hacer como que. Esos que cuando llegan tienen ya preparada la fiesta y las mujeres, los que dejan el dinero imprescindible para que el ciclo siga. Esos que apenas conocen el olor del petróleo, que no han soportado el sonido inolvidable de las extracciones. Esos, los importantes, los que sólo saben de bolsa, los que de verdad se enriquecen, los que piden putas de importación o se divorcian y buscan otra. Los jefes de verdad. Esos, que ni siquiera van.

Llego a Quito con la rabia sorda de no saber lo suficiente, de no haber hablado con mujeres huaoranís, de no haberme adentrado en la selva. Y no vuelvo limpia, no, porque me huele el cuerpo a impotencia.

31 comentarios:

mariajesusparadela dijo...

Impotencia compartida, ante tanta injusticia, tanta sumisión obligada, tanto horror.

TORO SALVAJE dijo...

Entiendo tu impotencia.
A mí me genera rabia.
Tanta injusticia me subleva.

Besos.

Isabel Barceló Chico dijo...

Querida amiga, me impacta tu capacidad de percepción de ese ambiente miserable y la pasión que pones aldescribirlo, una pasión sólo comparable a la cantidad de verdades que dices: cuánta miseria se queda allí, enfangándolo todo, sin esperanza.
En cuanto a los nervios por la próxima apertura de la librería, sería imposible que no los tuvieras. Estoy segura de que esa aventura será muy gozosa para tí, aunque encierre dificultades. Un abrazo muy fuerte y mucho ánimo.

María Eugenia dijo...

Querida Izaskun:
Extraordinaria narración de uno de los miles de lugares latinoamericanos (y seguramente de otras latitudes) en donde el oro negro no lleva aparejada riqueza a la población sino miseria, injusticia y tragedia.
Te mando un abrazo animado.

PIZARR dijo...

Que mas clara de acercarnos esa realidad que viviste en ese ir, ver y volver.

Cuantísimo me gustaría charlar contigo, cara a cara, presiento que el tiempo se nos quedaría siempre corto.

El 28 marcho de vacaciones al mediterraneo durante un larguísimo mes, pero me llevaré el portatil y aunque la conexión sea lenta y limitada ten por seguro que entraré para leer como transcurren ese 6 y ese 9 de julio

Hay una frase de 4 palabras que define lo que siento cuando te visito o cuando "charlo" contigo. No te la digo porque en breve la descubrirás.

Un abrazo inmenso

Ciberculturalia dijo...

Querida Isabel impactante relato que nos deja con el alma achicada. Bien por lo que supone de denuncia.

Espero que la librería aunque crezca a trompicones, de de grandes alegrías. Estoy segura que así será.
Un abrazo

Abol dijo...

Tu tiempo me toca, Canariza,tu crónica me desvela.

Besosbrrr,
L.

Amparo dijo...

Querida Izaskun, no deberías quedarte solo en vender libros de mujeres. Debes escribirlos !
Besos.

MCruz dijo...

Como comparto todo lo que dicen en los comentarios anteriores, simplemente insistir en lo que dice Amparo.Publica tu libro, ya que oyes el latido de latinoamérica.
¡Qué alegría sentir entradas nuevas! Volví a la página por costumbre y añoranza, sin saber que te habías reinstalado.
¡Los nervios por la librería, pues claro! si hasta los tengo yo!.
Mil besos mis amores.

Sergio Astorga dijo...

Isaskun, me da mucho gusto leer esta crónica, porque en ella veo que tu viaje no ha sido en vano. Has visto las entrañas de América, la robada, la conquistada por cacicazgos de todo tipo que no terminan.
Por desgracia estas escenas se repiten a lo largo y ancho de America del sur, Centro America, las Antillas y America del Norte. También te ha tocado ver la exuberancia y algo que Saramago sorprendido, apreció cuando estuvo en la selva en Chiapas, la dignidad y la fiereza del los oriundos.

Ya eres otra Izaskun, no lo podrás evitar y espero, con gran ilusión, que tu librería este llena de humana mujer.

Abrazo que sepa a vaina de café.
Sergio Astorga

iliamehoy dijo...

Se detiene la alegría de leerte para oler la miseria constatada. Y la rabia rezuma sin derecho al escondite, en tu mirada limpia, justa y dulce.
Pude tomar tu mano y recorrer tu selva, a tu lado.
Gracias, desde mi corazón asustado.
Una sonrisa

Freia dijo...

Otros lo han dicho antes mejor que yo. ¿Para cuándo una publicación?
Me fascina este texto a caballo entre la miseria, la impotencia, el dolor de sexo de un lado y la forma limpia, limpísima, directa de narrar. Uno siente la explotación como si la estuviera viendo en los burdeles bajo letreros de sauna y también en la sala VIP del aeropuerto de Quito. Un cabo y el otro de la explotación en el mismo día.
Fuerza y dulzura en la descripción a un tiempo.
¡Eso sí es un viaje!
Un beso muy, muy fuerte, Izaskun.

J.R.Infante dijo...

Un relato de viaje expléndido, sin duda. Para los que nos gusta desplazarnos por esos mundos, encontrar textos como éste, animan a seguir ahí, peleando por tratar de que podamos entendernos mejor y achicar esas tremendas desigualdades que tanto cuesta entender.
Curiosamente estoy leyendo "Los miserables" de V.Hugo, así que tu relato me coge con la sensibilidad a flor de piel.
Suerte Izaskun con tu empresa.
Un abrazo

ybris dijo...

Bien se ve que aprovechas tus viajes bien para ver y reflexionar.
Es terrible la injusticia que rodea ese mundo en que unos se enriquecen y otros quedan esclavizados.
No es extraño que acabaras con sensación de impotencia y de no haber llegado al límite de tanta miseria.

Besos.

NáN dijo...

Lo has narrado estupendamente, Izaskun.

Las petroleras dan grandes beneficios porque traspasan los costes reales a otros, destruyéndoles su modo de vida. Te copio esta cita de un artículo de Monbiot para The Guardian.

"Un documento de 2006 de la New Economics Foundation utilizaba las estimaciones gubernamentales del coste de las emisiones de carbono para calcular las responsabilidades de Shell y BP. Descubría que aunque las dos compañías acababan de publicar unos beneficios de 25.000 millones de libras, ese mismo año habían incurrido en costes de 46.500".

Es decir, si hubieran pagado lo que destruían, habrían tenido unas pérdidas de 21.500 millones.

Ya anda David Cameron diciendo que BP es tan importante que no podemos permitir que desaparezca. Y si paga por lo que ha hecho, desaparecerá. Está bien claro: otros pagarán los que la compañía ha destruido.

Volviendo a tu escritura, has dado voz a los que pagarán por la gasolina de nuestros coches. Bien hecho. Nosotros seguiremos preocupándonos de que nos quiten un 5%.

Librería de Mujeres Canarias dijo...

Gracias siempre por venir, María Jesús y perdóname las ausencias en tu casa. Tú lo sabes bien: sumisión obligada. Y por supuesto injusto.
Un abrazo,

Librería de Mujeres Canarias dijo...

Y a mí, querido Toro, una rabia honda. Y violenta. Y no me gusta. Y me controlo. Pero sí. Me come la rabia cuando veo lo que vemos.
Un beso grande,

Librería de Mujeres Canarias dijo...

Gracias por decir, Isabel, por animar, por estar. Muchas gracias por tus apoyos que me honran y... La esperanza, Isabel, permanece, y la lucha. Tiene que sostenerse la ilusión porque de lo contrario vencería la locura de la realidad...
Un abrazo,

Librería de Mujeres Canarias dijo...

Querida María Eugenia, gracias por el abrazo. La riqueza y la pobreza van unidas, bien lo sabes, y no es por ley natural, sino por miserias humanas... A veces, siento asco.
Un beso,

Librería de Mujeres Canarias dijo...

Cuatro palabras, queridísima Pizarr, que siguen siéndome un enigma flotante bajo el círculo que ya me gira. No sabes el bien que me has hecho. O sí. Y cuánto te lo agradezco.
Un abrazo a la espera de esa charla sin tiempo. Disfruta de tus vacaciones.
Gracias por todo,

Librería de Mujeres Canarias dijo...

Querida loba, cuando hablas Abol tu pupila se me clava y el sonido me da vida. Necesito abrirme en canal y que algún carroñero me limpie bien dentro...
Besosos.

Gemma dijo...

Querida Izaskun:
Perdona mi retraso. He entrado varias veces para degustar la crónica a pequeños sorbos primero y por fin de un tirón. Y ahora ya puedo decirte que se te queda un sabor agridulce en la conciencia. Tu relato da escalofríos y enternece al mismo tiempo. Esas miradas huidizas y avergonzadas; junto con su cansino deambular por entre días sumergidos en aguas contaminadas nos acercan a la crudeza de la vida más dura.

Pero gracias a él, creo que nos permites conocer un poco más Orellana, su espíritu ensombrecido, tan ansioso por lo mismo de temblor.
Un beso gordo

Librería de Mujeres Canarias dijo...

Gracias, Amparo. Por ahora creo que me toca venderlos, y a ser posible volver a leer. Escribir con publicación queda para escritores-as-os y yo no lo soy. Pero me gusta que me lo digas, que conste. Me gusta que digas, en general.
Un beso enorme.

Librería de Mujeres Canarias dijo...

Amada M. Cruz. ¡Ven, ven, ven! Te necesito. Te necesitamos cerca. Te llamaré (o hazlo tú que estoy ajjjjjjjj). Tienes que contarme cosas de dentro y si no hay venir. Te quiero.

Librería de Mujeres Canarias dijo...

Queridísimo Sergio, como sabes, los cuadernos ecuatorianos son para ti y tuyos, porque si alguien me acompañó en mi aventura americana, si algún amigo estuvo cercano, ese fuiste tú que tanto me enseñas. Dignidad y fiereza. Tú lo has dicho.
Un beso,

Librería de Mujeres Canarias dijo...

Gracias Ilia por compartir tu corazon de valiente, asustado. Gracias, siempre, por las sonrisas que me empujan. Gracias, por ser.
Un beso,

Librería de Mujeres Canarias dijo...

Querida Freia, muchas, muchísimas gracias por sus halagos. Como ya le dije a mi amiga Amparo, me es tiempo de lecturas que ya de escribir se encargan los escritores.
Todos los viajes, dentro y fuera, lo son para quienes miramos.
Un abrazo viajero,

Librería de Mujeres Canarias dijo...

Querido Arruillo, esas desigualdades, por mucho que se expliquen sus orígenes, me parecen inaceptables y por eso grito y me desgañito y berreo. Siempre están ustedes con buenos libros entre las manos.
Un beso a todos y tres a N.
(Gracias y perdonen que no asome mucho)

Librería de Mujeres Canarias dijo...

Querido Ybris, viajo poco y cuando lo hago deseo aprender, como cuando estoy quieta. Las situaciones de miseria cada vez me sobrepasan más, cada vez me pesan más, cada vez me duelen más...
Un abrazo,

Librería de Mujeres Canarias dijo...

Querido NàN, muchas gracias por el artículo: BP, Shell, Repsol... Tanto monta, monta tanto. Y los de siempre, pagando.
Un abrazo fuerte,

Librería de Mujeres Canarias dijo...

Querida Gemma, ya sabes que no soy muy de refranero pero el cansancio aprieta y me sale decirte que nunca es tarde si la dicha...
Te agradezco desde muy muy dentro que vengas y comentes y , como siemre, me dejas retratada: agridulce el sabor en la conciencia. ¡Eso es!
Un beso,