Ando destiempada y destemplada, con la temperatura perdida en altibajos y el tiempo perdido en algún bolsillo. No consigo sentarme ni centrarme para escribir y se acercan los veinte días sin hacer entrada en el blog, y aunque veinte años no es nada y la sien me desluce plateada, a mí este tiempo sin sacar texto me da la sensación de ser eterno y echo de menos comentarios y amistades varias, y me da por pensar que nunca más escribiré nada que no sean albaranes, y se me sube el destemple y me brotan nuevos herpes y.
No consigo escribir nada con o sin sentido. Simplemente me paso el día garabateando pedidos (que sí, que los hago con boli y a manita) y aunque no me disgusta el sistema de autoexplotación que me he impuesto, y pese a lo mucho que estoy aprendiendo (un poquito de libros, un muchito de personas y personajes), y patatín y patatán, lo cierto es que me encuentro extraña sin las historias que me unieron a ustedes y me obligo a asomar aun sin nada que mostrar.
Me visto de este verde excesivamente oscuro para mi piel, me enchufo los cascos en radio 3 y escribo rápido y mal para pedirles disculpas por no ficcionar, para comentarles (sé que lo saben pero así ocupo sitio) que abrí un blog para la librería que me trae a mal parar, que estoy sobrepasada y que quiero enseñarles uno de mis primeros textos. Llevo todo el día pensando en él y se me ocurren algunos motivos para quererlo retraer: que Lauren lo publicó hace tiempo en su inventario y Alejandro en sus minificciones, que es uno de los tres textitos que tenía en libreta cuando abrí este blog, que en él recibí el primer comentario de mi imprescindible Lilian, que es suficientemente viejo como para que algunos de ustedes no lo hayan hurgado, que algunas mañanas, cuando abro las puertas de la librería, pienso que algo falla en el dibujo, que sí. Me pongo a buscar el texto en el blog. Lo encuentro y cortipego. Entonces veo la fecha en que lo publiqué. Hoy hace dos años. Esa debe ser la razón de mi cuerpo memorioso. Lo demás solo es cansancio.
Como siempre, para siempre, les envío muchos grandes abrazos. Y mi agradecimiento.
PRISIONERO
Ahorré todos los días de los últimos tres años. Debía convertir mi columna en un castillo sólido que me mantuviera erguido y quería que la operación la efectuara el mejor especialista del país.
Por fin, hace hoy treinta y dos días, cogí el autobús hacia mi destino.
Tumbado boca abajo sobre la camilla sentía la mirada atenta de la especialista recorriendo mi columna vertebral. En su mano el documento que le había dado al entrar. Un tiempo eterno hasta que sentenció: ¡es un trabajo complejo pero puedo hacerlo!
-¿Está usted dispuesto a pasar ocho horas diarias sobre esta camilla durante treinta días?
-¡Por supuesto!- exclamé levantándome de un salto.
Treinta días de sufrimiento sobre la camilla. Treinta noches de dolor y expectación.
Ayer me retiraron el vendaje y dos espejos me permitieron admirar mi espalda. Enmudecí. El castillo tatuado en mi columna es bello, sólido, elegante. Apenas un pequeño detalle lo diferencia del dibujo sobre el que trabajó con esmero la especialista: la puerta en mi espalda está cerrada.
Estoy prisionero.
Prisionera también yo de este programita que maluso y no me permite separar mostrar el texto con los espacios que deseo. Todo se andará. Espero.