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jueves, 22 de abril de 2010

EN SILENCIO UNA LISTA Y FELICIDAD.

En silencio permanezco en este abril postrero. ¡Qué cursi! ¡Vergüenza debería darme! ¡Y me da! Pero, ¿qué importa a la postre el...? Vale, vale, menos adornito y más víscera que de eso sí tengo. Estoy llena de silencio, comida de mutismo, harta de disimulo. Estoy, me hallo, muda de grafos. Estoy, me siento, omisora de verbos. Estoy, soy, desasosiego paralítico y se me puso artrítico el pensamiento y la palabra se me oculta y me bloqueo sintiendo que la esterilidad era esto. En silencio me muevo, y no es misterio, porque un trozo de vida me encalló adentro. Y así ando, afásica de mí, buscando el vómito que desatore o la pócima que obligue al trago. Así voy, atascada por una esquirla de amor, procurando el esputo. O la digestión.
En silencio extraño me muevo y vengo para hacer sonar los cacharros y dejar una lista de títulos infantiles que algún amigo pidió y un trocito de felicidad que no soy yo.
En silencio una lista de libros para niños y niñas, grandes y pequeños. Una lista cortita, incompleta y personal que se basa en los gustos de mis hijos y que no sé cómo presentar porque me gustaría liarme a hablar de editoriales que considero mágicas (Lóguez, Los cuatro azules, Kókinos, Thule, FCE, Libros del Zorro Rojo y tantas, tantas otras) o de autores de textos e ilustraciones de los que me lo compraría todo sin pensar, o de temas que me parecen básicos o... Pero resulta que no quiero alargarme y que estoy obturada y silenciosa y entonces, por hoy, dos libros de ejemplo, a los que se pueden añadir, entre otros muchos, los que hace tiempo mencioné en los escritos de infancias compartidas.
El primer libro, de una de las editoriales citadas, Thule, y de uno de los autores de los que me lo tragaría todo, Antonio Ventura, lleva por título Cuando sale la luna y está ilustrado por Elena Odriozola. Es un librito de esos que uno mira y dice, qué lindo, qué pena que mis hijos ya sean mayorcitos y abandona a no ser que uno decida sentarse, leer, mirar, tocar, soñar y descubrir de nuevo que las cosas exquisitas, deliciosas, pueden ser así, pequeñitas. Yo, de verdad, lo releo, remiro, retoco y resueño siempre que enmudezco.
El segundo libro, de la también citada FCE, en su imprescindible colección de álbumes ilustrados A la orilla del viento está escrito e ilustrado por uno de esoso hombres que en mis sueños hacen de padre, de esposo, de amigo, de maestro. Es el libro de Oliver Jeffers titulado Perdido y encontrado y que es un canto inolvidable a la amistad. Tengo que decir que he regalado este libro más de cinco veces, la mayoría de ellas haciendo uso del que tenía en casa que después reponía, hasta que mi hijo Tomás (hoy siete años) me prohibió que se lo quitara más, ni tan siquiera por un instante. Tomás ama este libro hasta el extremo de que fue lo único que exigió llevar a Ecuador en nuestro traslado y yo, cada vez que lo leo, admiro su sensibilidad y me recreo en los mejores sentimientos, y lloro y me reencuentro.
Y esos son, por hoy, los dos ejemplos, y como la felicidad anunciada no era la mía les dejo aquí un poemita del segundo libro de micropoemas de AJO, editado por arrebato libros en 2009, que dice así...
22
Te hiciste feliz de repente
como si no tuvieras otra cosa
que hacer en la vida.

Pues eso, queridas amigas y os, sean ustedes felices, que yo voy a meterme los dedos a ver si me desatranco. Besos.


jueves, 27 de agosto de 2009

¡¡SOCORRO,UNA SEMANA!! Y EN VOZ BAJA

Pasó una semana, ¡¡socorro!!, y no entré nada. He estado de viaje (Madrid, Granada, Sevilla, Madrid) y el tiempo se me atropelló sin permitirme teclear, o al menos esa es la excusa para perdonarme, yo a mí ,no haber puesto letritas nuevas en más de siete días que es el plazo que me había impuesto no traspasar. ¡Y lo hice! Traspasé el mágico siete,soy yo más de cinco, y debería consecuente con mis conocidos agobios existenciales machacarme, vilipendiarme, humillarme, despreciarme y más por haber de nuevo incumplido un propósito que no sé si de enmienda. Sin embargo dejo esta vez la contricción para el ámbito privado y aquí les copio un poema de Beatriz Osés que le regalaron a mis niños y me ha gustado.



En voz baja
El viejo tigre
guarda sus colmillos
en un vaso de agua.
La niña le mira,
sonríe,
se acerca a su cama.
Le tiende unas gafas,
le pide que lea...
que cuente en voz baja.
Beatriz Osés, El secreto del oso hormiguero,
1 Premio de poesía para niños y niñas Ciudad de Orihuela,
Vigo, Faktoría de libros,2009.
Y me voy pitando al supermercado, que llegamos ayer y la nevera se había desertizado.

domingo, 5 de abril de 2009

MÁS CUENTOS PULGA

Estoy, no sé bien por qué, en uno de esos momentos en que me viene insistente a la cabeza el tarareo aquel de "... la vida no vale nada" y etcétera, etcétera. Diré que es la primavera por no volver a inculpar a mis menorragias menopáusicas, y por decir algo. La cuestión es que en el tiempo queda libre ("si te es posible dedícalo a mí") no logro darme coherencia, centrarme en la lectura, escribir algo que tenga algún interés para alguien que no sea clínicamente imbécil (no es menos precio, o no lo pretendí) y empiezo a plantearme (no es por ahora serio) pasar de este blog y de mí.



(Me llené de paréntesis y eso es en mí símbolo de algo que no sé)



La cuestión es que alterada sí que estoy, y aunque nunca me convenció la pax romana quisiera algunas certezas que hoy no tengo y algún control sobre tanto anhelo. Y lo intento. Procuro leerme y dirigir mis días y me vuelvo a los cuentos que para mis hijos compro, y concretamente a uno del que ya les presenté a Elena. Retorno (no vincitora) a los Cuentos pulga de Riki Blanco y les presento hoy a Madame Amulette (la vidente) esperando que sus poderes perdidos me permitan serme.



¡Que lo disfruten!

Madame Amulette [la vidente]
un cuento pulga de Riki Blanco




Madame Amulette presagió que se quedaría sin poderes. Y así fue. Al igual que siendo niña predijo que iba a ser vidente antes de que lo fuera.



Ahora Madame Amulette no puede leer en ninguna mano las líneas del futuro, pero ha aprendido a leer entre líneas el presente.



Riki Blanco, Cuentos pulga, ed. Tuhele 2006, pág. 2.



No sé a ustedes, pero a mí me parece buenísimo así que no me voy a privar de copiarles otro de los más pulguita: Vartina (la maga).





Vartina [la maga]
cuento pulga de Riki Blanco



Extraño el caso de esta señorita que, jugando ensimismida con su péndulo, se hipnotizó a sí misma. Y fue gracias o por culpa de eso que, después de aquel día, sólo a sus propias órdenes obedecía.




Op. cit., pág. 6.



Y aquí los dejo que me empieza el día y tenemos ensayo. Disfruten del domingo. ¡Nos vemos!








sábado, 14 de febrero de 2009

EL PERRO EXISTENCIALISTA, Zoe Berriatúa

Entre los libros teóricamente infantiles (o al menos considerados como tales por quienes los colocan en las librerías que frecuento) que tengo en casa hay uno que me parece muy curioso y que compré por el título y por descocimiento de su editorial (más tarde en Madrid descubrí la fuerza de Panta Rhei como editora). El libro, escrito e ilustrado por Zoe Berriatúa está dedicado a todos los perros y lleva por título "El perro existencialista". De los 12 relatos perros que componen el libro les copio aquí hoy el que da título al volumen.



Espero que les guste.



EL PERRO EXISTENCIALISTA
ZOE BERRIATÚA
Jerry vivía para comer, dormir y cagar.
Era una vida cómoda, pero tenía insomio por su angustia vital.
Sentía que todo era estúpido, y la estupidez de quienes le rodeaban
le recordaba a la suya propia.
Así que se puso a leer. Leý a Aristóteles y a Kant...
luego a Nietzsche y a Kierkegaard.
Pero tras leer a Sócrates sentía que cuanto más leía, meos sabía.
Entonces se dio a la bebida y a las malas perras,
deambuló por todos los antros, arrastrándose a duras penas.
Un mal día conoció a una dama que le fascinó,
buscó en ella el sentido se su vida... pero ella se agobió.
Jerry lloró y aulló, por las mismas calles de sus fiestas deambuló...
... Hasta que un perro evangelista le encontró.
Él le enseñaría el camino de la iluminación...
a cambio de su rata de goma y un par de huesos.
Le explicó que si le seguía, tras la muerte visitaría un lugar
donde o hay nada que hacer más que lamerse la entrepierna. Jerry le contestó:
"¿Nada que hacer? ¿Un lugar sin sentido ni ocupación?... ¡Allí no voy yo!"
Poco después, Jerry encontró la solución.
Hasta el fin de sus días, se centró en una ocupación.
Un estupendo trabajo en una sucursal de correos...
lamiendo sellos, para cartas de promoción.
Zoe Berriatúa, El perro existencialista,
Panta Rhei, Madrid, 2004

martes, 20 de enero de 2009

EL SURGIMIENTO DEL MAR

"El mar, el mar, de nuevo me dirá/ dirá tu voz, perdida en el adios/..."



Me recuerdo escuchando a Guaraní en Granada, evocando el mar ("si bebes mar te morirás de frío"), imaginando aquella boca azul, disfrutando desde el interior los sonidos del Puerto de Santa Cruz. Me recuerdo enamorada joven aprendiendo, sintiendo que el mar iba en mí, que siempre sería mi sustancia aunque estuviera lejos, que soy un animal marino.



Me veo ahora, con el mar visible desde cualquier callejuela, en esta ciudad sin puerto pese a ser isla, y me sigo sintiendo miembro de ese mar océano que tanta vida esconde. Y es por mis sentimientos, por mi delirio, por lo que gusto de las lecturas marineras. Para empezar por una vez por el principio les copio hoy un texto del territorio tiwi sobre el origen del mar. Es un relato que tengo en un libro que lleva por título CUENTOS DE LOS ABORÍGENES AUSTRALIANOS y que me regaló Marta en mi 39 cumpleaños (eso escribí en la contraportada y decido por hoy fiarme de mí). El relato lo utilicé durante los últimos cursos en la asignatura de Cultura Clásica, en 3º de ESO, para contrastarlo con otros mitos sobre orígenes varios. A mí me gusta mucho la salazón del relato.



EL SURGIMIENTO DEL MAR
territorio tiwi
Hace mucho tiempo, toda el agua que había sobre la superficie de la tierra era agua dulce. Un día los hombres, Puruti y Jirakati, estaban pescando en un pantano cuando vieron que unas hojas de lirio se movían mucho, como si entre sus tallos nadara algún animal de gran tamaño.
Puruti cogió su jabalina y la lanzó entre las hojas, allí donde suponía que estaba el animal. Pero lo que hizo que las hojas se movieran no era ningún animal, sino su propia madre, que recolectaba raíces de lirio. La lanza de Puruti le atravesó el cuello; la mujer se alzó del agua profiriendo un grito de dolor y cayó sobre un mar cercano. A causa del dolor y del miedo se orinó y su sangre y su orina se mezclaron con el agua fresca dle mar e hicieron que ésta se convirtiera en salada.
La mujer herida se transformó en la cigüeña Jabiru, que ahora habita a las orillas de las lagunas de agua dulce. Su hijo Puruti se transformó en el águila pescadora y Jirakati, su compañero, en el águila marina, la de cabeza blanca.
Löffler, A. (ed.), Cuentos de los aborígenes australianos,
Grupo Editorial Océano, Barcelona, 2001, pág. 33.

viernes, 2 de enero de 2009

Día 2: Intento de mejora. UN POEMA PARA curar a los peces, de Jean-Pierre Simeón.

Iniciamos año mundioccidental y me aferro al verde, ese que nombran de la esperanza, esperando que no se lo haya comido el burro que no me acabó con la vergüenza. Se me clava la realidad en lo hondo y me hundo en la pecera para respirar libre de informaciones. Desde mi escondite les copio uno de esos adorables libros infantiles que me reflotan:



título: UN POEMA PARA curar a los peces



texto: Jean-Pierre Siméon



ilustraciones: Olivier Tallec



Espero que me funcione y que lo disfruten.







-¡Mamá, mi pez se muere!
¡Corre!, se muere de aburrimiento, mi querido León.



La Mamá miró a Adrián,



cerró los ojos,



volvió a abrirlos...



Sonrió:



-¡Tienes que darle un poema inmediatamente!



Y se marchó a su clase de trombón.



-¿¡Un-po-e-ma!?



Adrián fue a mirar en el armario de la cocina.



-¿Hay aquí algún poema?



- Aquí no hay poeeeeeemaaaas,



respondieron susurrando los fideos.



Adrián rebuscó
en el armario de los escobas.
- Aquí do hay dingún boema,
dijo la fregona,
que siempre está
resfriada.
Adrián miró
debajo de la cama
de sus padres...
- Aquí no hay
ni un orinal,
dijo el polvo entre risas.
Adrián es cabezota.
Se fue corriendo a casa de Lolo, el vendedor de bicicletas.
Lolo,el que lo sabe todo, el que se ríe por todo,
el que siempre está enamorado.
Estaba reparando un neumático y cantaba.
-Un poema, Adrián, es estar enamorado:
es como llevar el cielo en la boca.
- ¿Es eso? Ah, vale.
Adrián fue a ver a la señora Tortel,
la panadera. Su amiga.
Cuando llegó estaba despachando una barra de pan
y tres cruasanes a la señora Arsenia.
- ¿Un poema?
No sé muy bien.
Conozco uno, y es como el pan recién hecho:
es el gusto que queda en la boca
después de comerlo.
- ¿Es eso? Ah, vale.
Adrián fue a preguntarle
al viejo Mahmud,
el que vino del desierto,
el que riega sus rododendros
todos los días
a las nueve.
Mahmud le respondió sin dudar:
- Un poema es escuchar
el latido del corazón de las piedras.
- ¿Es eso?Ah, vale.
- ¿El corazón? ¡Oh! ¡Rápido, el corazón de mi querido León!
Adrián regresó corriendo a casa.
Su pez parecía dormido.
Flotaba suavemente entre las algas
como si estuviera pensando...
Adrián fue al otro extremo de la casa
a preguntar a su canario Aristófanes,
que no tiene, precisamente, cerebro de pajarito.
Ariatófanes, hinchando las plumas, dijo:
- Un poema, es cuando las palabras quieren volar.
Es un canto desde la prisión.
- ¿Es eso? Ah, vale.
Entonces llegó la abuela con su perro,
su coche nuevo y tres botes de mermelada.
- Abuela, abuela, ¿qué es un poema?
La abuela se quedó pensando un buen rato,
(se sabe que está pensando porque sonríe
y pone cara de filósofa).
- Cuando te pones un jersey
viejo del revés, querido Adrián,
de pronto parece que es nuevo. ¿Sabes....?
Un poema pone las palabras del revés
y ¡ale hop!,
el mundo es nuevo.
- ¿Es eso? Ah, vale.
- Pero pregúntale a tu abuelo,
él a veces escribe poemas...
¡en vez de arreglar la cisterna!
- ¿Un poema?, dijo el abuelo
retorciéndose los bigotes
y frunciendo las cejas.
Un poema, es...
eso que hacen los poetas.
- ¿Es eso? Ah, vale.
- ¡Ni los poetas lo saben!
Adrián fue a ver de nuevo
al pez que tan preocupado le tenía.
León dormía profundamente,
bajo una piedra enorme,
inmóvil, en el fondo,
entre las algas.
- Lo siento mi querido León,
no te he encontrado ningún poema.
Lo único que sé es que ...
Un poema
es como llevar el cielo en la boca.
Es como el pan recién hecho,
el gusto que queda en la boca
después de comerlo.
Un poema
es escuchar el latido
del corazón de las piedras.
Es cuando las palabras quieren volar.
Es un canto desde la prisión.
Un poema
pone las palabras del revés
y ¡ale hop! el mundo es nuevo.
León abrió un ojo, después el otro
y, por primera vez en su vida, habló.
- Entonces, yo soy poeta, Adrián.
- ¿Ah, sí?
Y mi poema es mi silencio ...
- ¡Ah, vale!
Un poema para curar a los peces está editado en español por Kókinos, 2006, con traduc´ción de Esther Rubio.

jueves, 4 de diciembre de 2008

¡QUÉ CHAPARRÓN!, texto de Raquel Saiz con ilustraciones de Maja Celija


Ana, Adalberto y Tomás son, además de mis niños maestros diarios, unos lectores asombrosamente constantes (lo que no significa, evidentemente, que no tengan baches en su constancia ni, muchísimo menos, que pretenda yo en ellos cualidades excepcionales de tipo alguno). Tienen libros para leer y leen.
Hoy Tomás (a la izquierda) se quedó solo conmigo en casa por motivos de salud (la de él) y de mimito (los mutuos) y estuvimos haciendo un repaso memorístico de los libros que ha leído este trimestre. Nos aburrimos pronto y pasamos a las manualidades diversas, pero en los minutos de recuerdo anoté:
Mesa trágame, de G. Keselman (edelvives),
La noches de las tortugas, de L. Grondona (tándem),
Maisy en Nochebuena, de L. Cousin (serrés).
El desastre de C. Franek (ekaré),
La tortuga que quería dormir, de R. Aliaga (OQO),
Mamá no sabe mi nombre, de S. Williams (sm),
¡Soy el más fuerte!, de M. Ramos (corimbó), Numeralia, de J. Luján (FCE),
Guyi Guyi ,de Chi-Yuan Chen (thule), Buenas noches Samuel, de M.L. Gay (ekaré),
y ¡Qué chaparrón!, de Raquel Saiz (OQO).
El libro de Raquel Saiz es uno de los que ha entrado en casa en las últimas tandas de crisis materna ante crisis global y necesidad de hacer acopio de libros para que el cerebro florezca y. El libro (álbum ilustrado) está editado por OQO que es, para mí, una de las mejores editoriales de infantil juvenil que hay en este país. La editorial tiene su sede en Pontevedra y desde allí se distribuyen excelentes textos editados en diversos formatos de tapa dura con fantásticas ilustraciones. Además esta editorial tiene, a mi parecer, una más que buena relación calidad precio (en torno a los 11€) que nos permite a los adictos pertrecharnos de libros. Hoy, esperando no incumplir demasiadas leyes, quiero brindarles la copia del texto de Raquel Saiz que, siendo magnífico, se queda cojito sin las ilustraciones de Maja Celija, por lo que les recomiendo que lo compren o lo consulten en alguna biblioteca (¡en esta isla todavía no entra OQO en las bibliotecas públicas, pero todo se andará).
¡Qué chaparrón!
texto de Raquel Saiz.
Hay días
en que las leyes de la naturaleza no funcionan.
Aquel día,
el señor Manolo se levantó
como todos los días.
Se lavó la cara,
se colocó el pelo alrededor de la calva
y se peinó el bigote...
Como todos los días.
Como todos los días,
desayunó,
y se puso el mono.
Como todos los días.
Como todos los días,
caminó muy contento hacia su trabajo.
Estaba un poco nublado,
pero no le importó
(al señor Manolo le gustaba la lluvia).
Empezó a llover
y la gente se arremolinó
en la entrada de las tiendas.
De repente...¡cayó una!
¡PLAF!
Iba vestida de rosa,
(...)
y aquí lo dejo esperando que les pique la curiosidad.
Raquel Saiz y Maja Celija, ¡Qué chaparrón!,
OQO editora, Pontevedra, 2008.

lunes, 24 de noviembre de 2008

RESACA de Shaun Tan




Me enloqueció Shaun Tan cuando conocí su Árbol rojo. Leí el libro una y otra vez fijándome en todos los pequeños detalles, en los cambios de planos, en las entradas de luz, en los símbolos, en el lugar de la hoja en cada página, en el tipo de letra, en los tiempos. Se convirtió desde el primer momento en uno de los libros de mivida, de esos, como los de Lispector, que no paro de regalar y redescrubir y que siempre tengo cerca. Después ahorré para alcanzar sus Emigrantes, muy distintos y nada decepcionantes. Ahora, el viernes le llegó el turno a Cuentos de la periferia, del que extraigo esta joyita que esta vez, gracias a Triana, copio con ilustración, aunque la ilustración es del Árbol rojo.
El cuento se titula RESACA y dice así:



Cuando los vecinos se referían a la casa del número diecisiete lo hacían sólo en voz baja. Todos conocían de sobras los gritos, portazos y el estruendo de objetos rotos que salían de ella. Pero una

calurosa noche de verano ocurrió algo mucho más interesante: la aparición de una gran animal marino en el jardín frente a la casa.



A media mañana, todos los vecinos habían visto ya a esa criatura misteriosa, que respiraba acompasadamente, cuando salieron a comprar el periódico. Naturalmente, se reunieron alrededor para verlo mejor.



-Es un dupongo- dijo un niño pequeño-. El dupongo vive en el océano ïndico y es un mamífero raro que está en peligro de extinción, de la orden de los sirénidos, familia dugongidae, género dugong, especie D. dugong.



Nada de todo eso explicaba que hubiese aparecido en en su calle, a no menos de cuatro quilómetros de la playa más cercana. En cualquier caso, los vecinos se ocuparon simplemente de atender al animal varado con cubos de agua, mangueras y mantas mojadas, tal y como habían visto hacer en la tele con las ballenas.



Cuando la parece joven que vivía en el número decisiete salió finalmente de casa para ver qué pasaba, con la mirada nublada y confusa, su impulso inmediato fue el enfado y el reproche.



-¿Esto es lo que entiendes por una broma?- se gritaban el uno al otro, y también a alguno de los vecinos. Pero pronto se callaron, desconcertados, impotentes ante lo absurdo de la situación. No podían hacer nada más que unirse a las tareas de rescate: encendieron los aspersores del jardín y llamaron al servicio de emergencias competente, si es que existía (algo que debatieron durante un buen rato, mientras se arrancaban el uno al otro el teléfono de las manos).



Mientras esperaban a los expertos, los vecinos se turnaron para acariciar y tranquilizar al dugongo. Le hablaban a la altura del ojo, que parpadeaba lentamente -todos se sorprendieron de verlo tan profundamente triste- y apoyaban la oreja contra su piel húmeda y cálida para oír un sonido tenue y lejano, pero por lo demás indescriptible. La llegada del camión de rescate fue casi una interrupción inoportuna, con las luces intermitentes naranjas, con los operarios del ayuntamiento de chaquetas fluorescentes que le decían a todo el mundo que se apartara del lugar. Su eficiencia era impresionante: tenían incluso una especie de grúa y una bañera lo suficientemente grande para acoger a un mamífero marino de dimensiones considerables. En cuestión de minutos cargaron al dugongo en el vehículo y se lo llevaron, como si las situaciones de ese tipo fueran su pan de cada día.



Más tarde, esa misma noche, los vecinos cambiaban impacientemente de canal para ver si decían algo sobre el dugongo, pero al ver que no era así llegaron a la conclusión de que posiblemente todo aquello no había sido tan extraordinario como a ellos les había parecido.



La pareja del número diecisiete empezó a gritarse de nuevo, esta vez porque habría que arreglar el jardín. El césped que había debajo del dugongo había quedado increíblemente amarillo y mustio, como si la criatura hubiera estado allí durante años y no tan sólo unas horas. Entonces la discusión pasó a otro tema completamente distinto, y un objeto, probablemente un plato, impactó contra una pared.



Nadie se fijó en el niño que, con una enciclopedia de zoología marina en los brazos, salió de la puerta delantera de la casa, se acercó a la mancha de césped descolorido con forma de dugongo y se tendió justo en medio, decidido a quedarse allí mientras pudiera, con los brazos pegados a los costados, mirando las nubes y las estrellas hasta que sus padres se dieran cuenta de que no estaba en su habitación y salieran a buscarlo gritando, enfadadísimos. Qué raro fue, entonces, cuando finalmente aparecieron sin hacer ruido, sin brusquedad. Qué raro fue sentir sólo unas manos que, con mucha ternura, lo levantaban del suelo y lo llevaban de vuelta a la cama.



Shaun Tan, Cuentos de la periferia,

Cádiz, Barbara Fiore Editora, 2008.






lunes, 17 de noviembre de 2008

¡TE LO HE DICHO100 VECES!, de Gabriela Keselman.

De Gabriela Keselman, escritora argentina con bellísimos títulos de literatura infantil, hay muchos libros en casa. Mis hijos han leído todos los que hay y dos de ellos les fascinan: ¡Tú me prometiste! y ¡Te lo he dicho 100 veces! Este título, que les copio hoy, ganó el XXVI Premio Destino Infantil, y la Editorial Destino lo sacó con tapa dura, formato cuadrado y unas exquisitas ilustraciones de Claudia Ranucci. Así, la historia de Kif Kif se convierte en algo imprescindible para los niños que se sumergen en sus dudas arrullados entre letras y dibujos que se balancean en el libro cambiando de formato y tamaño; dejándose caer y subiendo; formando cunas y lianas. Si tienen niños cerca busquen el libro por las bibliotecas y buceen con ellos. ¡Es muy divertido!



¡TE LO HE DICHO 100 VECES!
Gabriela Keselman
-¡Te lo he dicho 100 veces!- exclama la mamá.
Kif Kif resopla.
Él no puede recordar TODO
lo que le dice su mamá.
Las palabras brotan de su boca
como burburjas. Son demasiadas.
Se amontonan.
Se empujan.
Saltan.
Botan.
Chocan unas contra otras.
Al fin, se acercan a él y revolotean alrededor de su cabeza.
Se enredan. Y ¡paf!, explotan.
Entonces Kif Kif piensa en voz alta:
-¿Qué es lo que mi mamá
me ha dicho 100 veces?
Léete las bandejas...
Lávate las ovejas...
¡Lávate las orejas!
-Pero ¡Lávate las orejas!
sólo lo ha dicho 9 veces -dice Kif Kif-.
¿Qué es lo que mi mamá
me ha dicho 100 veces?
Ahuyenta los moscardones...
Átate los macarrones...
¡Átate los cordones!
-Pero ¡Átate los cordones!
sólo lo ha dicho 23 veces -se extraña Kif Kif-.
¿Qué es lo que mi mamá
me ha dicho 100 veces?
Retuerce los chupetes...
Recoge los jinetes...
¡Recoge los juguetes!
-Pero ¡Recoge los jugueetes!
sólo lo ha dicho 40 veces
-reflexiona Kif Kif-.
¿Qué es lo que mi mamá
me ha dicho 100 veces?
No pliegues a la rana...
No pegues a la lana...
¡No pegues a tu hermana!
-Pero ¡No pegues a tu hermana
sólo lo ha dicho 52 veces -exclama Kif Kif-.
¿Qué es lo que mi mamá
me ha dicho 100 veces?
No cruces dinosaurios antes de mirar...
No comas duendes antes de nadar...
¡No comas dulces antes de cenar!
-Pero ¡No comas dulces antes de cenar!
sólo lo ha dicho 77 veces -duda Kif Kif-.
¿Qué es lo que mi mamá
me ha dicho 100 veces?
Amansa al domador...
Apaga al profesor...
¡Apaga el televisor!
-Pero ¡Apaga el televisor!
sólo lo ha dicho 85 veces -titubea Kif Kif-.
¿Qué es lo que mi mamá
me ha dicho 100 veces?
Vístete de espuma de mar...
Vete a la goma de borrar...
¡Vete a la cama sin rechistar!
-Pero ¡Vete a la cama sin rechistar!
sólo lo ha dicho 99 veces -se impaciente Kif Kif-.
¿Qué es lo que mi mamá
me ha dicho 100 veces?
-¡Kif Kif -exclama su mamá-.
TE LO DIRÉ UNA VEZ MÁS...
Kif Kif sopla hacia adentro.
Esta vez va a recordar TODO
lo que le dice su mamá.
Las palabras brotan de su boca como plumitas.
No son tantas.
Van en orden.
Con cuidado.
Vuelan.
Planean.
Se ceden el aire.
Al fin se acercan a él y revolotean alrededor de su cabeza.
Se desenredan y ¡paf!, lo acarician.
¡¡¡VEN AQUÍ
Y DAME UN BESO!!!
¡Es precioso! y se cita más o menos así:
Keselman, Gabriela: ¡Te lo he dicho 100 veces!,
ilustraciones de Claudia Ranucci,
Barcelona, ed. Planeta (Destino), 2006.

domingo, 2 de noviembre de 2008

EL AMIGO DE LA NOCHE, de Mostafa Rahmandoust



No sé por qué lo hago. Tal vez para compensar la falta de dinero que permita viajes reales o para aproximarme a culturas que no me fueron dadas de pequeña. Puede que para intentar que mis hijos estén abiertos a otras maneras de pensar, sentir y simbolizar que las que ven en la televisión habitual.
No sé por qué lo hago, pero entre los relatos que acumulo para mis hijos tengo colecciones de cuentos de otras culturas, de otras partes del mundo, de otras lenguas. Es el caso del cuento que les copio hoy, que es de Irán y está recogido en un libro titulado Historias mágicas de Oriente, editado por Brosquil-Libros del Zorro Rojo en 2005.


EL AMIGO DE LA NOCHE
texto de Mostufa Rahmandoust
en libro ilustraciones, bellísimas de Alain Bailhache
Al búho le gustaba mucho más la noche que el día. Cuando oscurecía, se sentía mejor que nunca. Volaba de aquí para allá, agitaba sus alas y silbaba como el viento.
Al amanecer, el búho se entristecía. Sentado en la punta de una rama, pensaba:
-Sería maravilloso que la noches nunca terminara. ¿Para qué sale el sol? ¿Por qué la calma y la oscuridad tienen que desaparecer para dejarle su lugar al día?
Mientras gruñía descontento el búho trataba de encontrar la manera de quitar del cielo ese enorme círculo dorado.
Un buen día, el búho tuvo una idea: si lograba volar hasta el sol, con su pico curvo y afilado le daría un picotazo tan fuerte que lo haría huir del cielo. Y eso fue exactamente lo que se dispuso a hacer.
Una mañana, muy temprano, emprendió el vuelo. Agitó sus alas sin detenerse en dirección al sol. Había comido bastante para sentirse fuerte, pero a medida que se acercaba, la luz y el calor eran más intensos, y el búho se sentía cada vez más cansado. Comprendió que no lograría llegar al sol y con las pocas fuerzas que le quedaban regresó a su nido.
-El sol se dio cuenta de que yo trataba de quitarlo del cielo- se decía el búho, mientras descansaba en el hueco de un árbol-. Por eso dirigió hacia mí sus rayos, para que no pudiera alcanzarlo. Pero no voy a darme por vencido tan fácilmente. Mañana comeré menos y beberé más agua. Así no estaré sediento y podré llegar hasta él. Si mis garras lo alcazan, no le quedarán ganas de volver a brillar.
Al día siguiente el búho bebió más, comió menos y voló hacia el sol. Batió sus alas y llegó muy alto. Pero no pudo alcanzarlo. Volvió a intentarlo muchas veces, cada día más hambriento y sediento que el anterior, pero siempre regresaba a su nido sin haber cumplido su deseo. Ya no podía disfrutar de la noches, pues estaba demasiado cansado. El búho comprendió que necesitaba ayuda.
Aquel día el sol estaba oculto detrás de las nubes. El búho tuvo una nueva idea:
-Si tan sólo pudiera llegar a la nube, si pudiera volar hasta ella, podría pedirle que se quedara para siempre en el cielo cubriendo al sol.
Un día nublado es, sin duda, mejor que uno soleado. Lástima que esta nube no sea aún más negra.
El búho voló hacia la nube; agitó sus alas hasta que por fin la alcanzó.
La nube era fría y gris. El búho, ya casi sin aliento, decidió descansar un rato en ella. De pronto se puso a llorar y a gemir. Su llanto era tan desconsolado que la nube sintió pena por él y también comenzó a llorar. Pasó un largo rato hasta que pudieron calmarse. Entonces, la nube preguntó al búho:
-¿Qué te ha sucedido para que llores de esa manera? Tus lágrimas podrían conmover a las piedras.
-¿Cómo puedo explicártelo? Mi felicidad es gozar de la oscuridad de la noche. El brillo del sol no me lo permite. En cuanto empiezo a mover mis alas y a sentir el aire fresco, el sol llega y cubre el mundo con sus rayos dorados.
-Si el sol no brillara...- comenzó a decir la nube.
Pero el búho no la dejó terminar y dijo:
-¡Por favor! ¡Ayúdame a librarme de la luz del sol!
-Desearía ayudarte, pero es el viento quien decide a dónde voy. Será mejor que hables con él.
-El viento es mi amigo. Algunas noches me ayuda a volar- dijo el búho después de pensarlo un momento-. Confío en él. Esta misma noche le hablaré.
El búho se despidió de la nube y voló hacia su nido.
El búho se sentía feliz. Había encontrado la manera de luchar contra el sol. Cuando oscurió, se sentó en una rama para esperar al viento. Mientras tanto pensaba:
-¿Y si el viento fuera amigo del sol y se negara a ayudarme? Debo decirle cosas que lo hagan enfadarse y lo conviertan en su enemigo. Si lo consigo, hará que la nube se quede delante del sol, y me habré librado para siempre de esa molesta luz.
Cuando el viento llegó, el búho comenzó a volar con él, y después de saludarlo, le dijo:
-He oído que el sol está muy disgustado contigo porque le has pedido a la nube que no deje pasar su luz.
-La nube está bajo mi control. Sólo yo puedo empujarla para que llueva. No es asunto del sol -le respondió el viento.
-Será como dices, pero he oído que el sol quiere desafiarte.
-¿Amí? Ordenaré a la nube que no se mueva de su lugar, para que los rayos del sol no puedan pasar... y para que se le quiten las ganas de desafiarme.
El búho, satisfecho, continuó: -Sería lo correcto, pero, ¿tienes poder suficiente?
-Ahora lo verás- dijo el viento, y sopló velozmente en otra dirección.
El búho se durmió. Soñó que tenía grandes alas negras, del color de la noche, y que con ellas había cubierto el sol para que sus rayos no brillaran en ningún lugar. Cuando despertó, por la mañana, estaba nublado.
El viento sopló muy fuerte, formó una gran nube delante del sol y decidió dejarla allí para siempre. Algunos días después, las flores comenzaron a marchitarse. Los pájaros dejaron de cantar. Las plantas se secaron.
Cuando el sol vio que sus amigos de la Tierra estaban tan tristes, decidió apartar a la nube. Sabía que el mundo necesitaba su luz.
El sol luchó contra la nube y el viento. Sus rayos de luz fueron espadas con las que hizo pedazos a la nube. Sus gritos resonaron como truenos en el cielo.
La nube fue vencida. El búho, desde su rama, había visto el combate entre la luz y la oscuridad. Comenzó a lloviznar: la nube lloraba.
El búho se refugió en su nido. Poco después se asomó y la luz del sol le hizo daño. En el cielo no quedaban rastros de la nube. Tampoco soplaba el viento. El sol reinaba otra vez.
Desde entonces, el búho duerme todo el día, hasta que anochece. En la oscuridad caza y se divierte. Cuando el sol aparece, regresa a su nido.

miércoles, 29 de octubre de 2008

DÉJATE CONTAR UN CUENTO, por Paula Farias

El año 2004 Alfaguara publicó un libro titulado Déjate contar un cuento que formó parte de los Reyes Magos de niños amigos. El libro, con texto de Paula Farias, fotografías de Juan Carlos Tomasi y Petros Kokkinos y prólogo de Saramago, es el cuento de cada día. Situaciones de infancias quebradas en todo el mundo, cotidianas realidades, angustia sin tremendismo. Tristeza y esperanza.
Las páginas 10 y 11 con la foto de un niño de y en Caquetá (Colombia) lleva el texto que sigue:


DÉJATE CONTAR UN CUENTO
texto de Paula Farias.
HOY VOLVERÉ a ser invisible. Del color del verde y de la caña, del color del monte. Y de nuevo nadie me verá. Ni los hombres de ruido, que llegan llenando el pueblo de alboroto, ni los sigilosos, los que dormitan debajo de las hojas de lechuga cuando creen que nadie los ve. No importa, venga quien venga no me verán, porque hoy también soy invisible. Y así, seré del color del monte para el hombre de ruido y del color de la tierra para el sigiloso y pasaré la tarde aquí, escondido, en silencio, esperando a que todos se marchen y el juego termine una vez más.
Aunque lo cierto es que ya hace tiempo que el juego no me gusta porque cada vez somos menos los que jugamos y cada vez resulta todo más difícil.

martes, 21 de octubre de 2008

UN LUGAR EN EL BOSQUE, de Armando Quintero

Hoy pasé de nuevo por la librería de Nano para comprar provisiones de pre-crisis profunda. Y es que este ahora crash me tiene la despensa llena llenita de arroz y los estantes repletos de libros para cuando no se pueda que va a ser, es, ya. El caso es que compré, entre otros, éste de "Un lugar en el bosque" que acabo de leerme con gran gusto y del que quiero dejarles algunos fragmentos-capitulitosque me han parecido bellísimos. Que los disfruten:
I LOBO ABUELO CUENTA CUENTOS
Lobo abuelo cuenta cuentos.
Cambia el cuerpo, las patas, los aullidos...
¡Cómo cambia y cuánto cambia en cada cuento!
Todos lo ven hacerse grande y gordo como un oso que roza su cabeza con las nubes. Todos lo ven hacerse pequeño e inquieto como una pulga que vive en un bosque de árboles pequeños, de hojas y raíces pequeñas.
Lobo abuelo cuenta cuentos y hace que todos viajen al bosque donde todo es posible, hasta los gritos del silencio.
3 MUCHACHITA DEL BOSQUE
- ¡Escucha-dijo Lobo Grande a Lobo Pequeño-. Y pon mucha atención. Si por ese sendero pasa una niña con una cesta y una caperiza de este color -le mostró unas guindas-, ni le hables. ¡Es un ser muy peligroso! Esa muchachita tuvo mucho que ver con el triste final de tu tatarabuelo.
8 TERNURA
Acababa de nacer una nueva camada y el bosque estaba de fiesta.
Toda la manada visitaba a Lobra Grande, y a sus hijos recién nacidos.
Lobo Pequeño y Loba Pequeña, los más consentidos de la camada anterior, se mantenían a un lado, en silencio.
Loba Grande, que llevaba un buen rato observando, les hizo una seña para que se acercasen.
Se pegaron a su cuerpo, uno a cada lado, y les dijo:
-Ningún lobo en la manada os ha olvidado. Hay tanto que agradecerle a la vida cuando nacen otros lobos, que para todos parece los más importante. ¡Lo mismo pasó cuando vosotros llegásteis a este mundo!
14 POR UN AMIGO
-¿Qué haces con esa pinta?- preguntó Lobo Abuelo a Lobo Pequeño.
Estaba blanco de punta a rabo, y con el pelo rizado.
Y colgado al cuello, con un lazo verde, llevaba un cencerro.
-Esta tarde quiero jugar en la pradera con mi mejor amigo. Pero su padre ni me deja que me acerque al rebaño. Dice que los lobos no pueden jugar con los corderos.
26 ADAGIO
-Tenéis que saberlo de una vez, queridos lobeznos- explicaba Loba Abuela-. Nosotros somos así: siempre andamos en manada. Y nos sentimos mal cuando no lo hacemos. En nosotros, se cumple ese viejo adagio...
Más vale acompañados, que bien solos.
El texto es de Armando Quintero, las ilustraciones que no pongo de M. Pizcueta y el libro está editado por kalandraka en Sevilla el año 2004. Es muy, muy bonito.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Tigre trepador, texto de Anushka Ravishankar

Algún día tecleé desde esta silla cuestiones de cabalgaduras y tigres. Hoy me quisiera esfumada. O perdida en alguna mi-otra en distinto espacio. Sólo puedo volverme India y dejarles, sin las inmejorables ilustraciones de Pulak Biswass, a mi queridísimo "Tigre trepador".
Espero que les guste:


Tigre, tigre a la orilla va.



¿Se dará un chapuzón?
¿Querrá saltar?
¿Tendrá calor?
¿Será capaz?

¡chaaf!


Tigre, tigre, lejos va.


¡Baaaaaaaaaa!


¡Aaajajá!
¡Aaah!


¡Sólo en el árbol estará a salvo!


¡Un tigre!
¿Un tigre?



¡Trepador!


¿Un tigre? ¿Trepador?
¡Bah! ¡Qué imaginación!
¡Es verdad! ¡Yo lo vi también!
¿Qué vamos a hacer?


¡Atraparlo! ¡Cazarlo! ¡Atarlo bien atado!


¿Será peligroso?
¿Estará furioso?


¡Espantadlo!
¡Echadlo!
¡Hacedle saltar!
¡Patam patam patam!


¡Patapam!


Ha sido coser
y cantar.
¿Y ahora qué?


¿Lo llevamos al zoo?
¿Lo emborrachamos con alcohol?
¿Lo tiznamos con carbón?


No, dejémosle ir.
¿¿¿Ir???


¡Sí!
¡Eso!
¡Sí!
¡Dejadlo escapar!


¡Ya está!
Tigre, tigre a la orilla va.




Sólo especificar que el libro fue publicado por Thule en 2005.

domingo, 5 de octubre de 2008

Una niña, de Grassa Toro y Pep Carrió

Llego tarde y muy cansada de una pequeña casita que tiene mi suegra en un cercano pueblo. Vengo de jugar en la tierra con mis hijos que duermen, de ver atardecer sin televisión, de cocinar en las brasas de la hoguera. Vengo con tomates de la huerta. Y con limones que huelen, y con manzanas. Vengo y descubro que sólo eché de menos dos cosas: a nuestras gatas y a ustedes. Y quiero que lean el principio de un magnífico cuento que editó sin sentido que es una de esas editoriales maravillosas de las que aún no he hablado. Sin verlo pierde mucho pero me gustaría que tomaran este inicio para buscar el libro.



Una niña
de Grassa Toro y Pep Carrió.
Unos señores que tenían de todo
tuvieron una hija.
Era su primera hija.
Nació dentro de una botella y como se resbalaba cada vez que querían cogerla, sus padres la arrojaron a la piscina de la casa. Allí quedó flotando todo el verano. No le pusieron nombre.
(...)
Grassa Toro y Pep Carrión,
Una niña, Madrid, ediciones sin sentido, 2007.

sábado, 27 de septiembre de 2008

MAMICIDIO O ¡ADIÓS MAMÁ O CLORO ROJO, de Sireia.

Antes de iniciar mi aventura en este blog una antigua alumna que finalizó el curso pasado sus estudios de Educación Secundaria Obligatoria me envió un cuento pidiéndome que lo hiciera público. Hoy cumplo su solicitud colgando aquí su relato con pseudónimo tal como ella quiere. Es, sobra decirlo, una de esas exalumnas especiales con las que te unes de por vida.


MAMICIDIO
O
ADIÓS MAMÁ
O
CLORO ROJO
un relato de Sireia
Lo que más le fastidiaba de las novelas que solía leer eran, invariablemente, sus finales.
Y su final, ahora que se aproximaba, le parecía tan previsible que su vida se tornó en un cuento insulso y sin demasiado sentido.
Y ahora, al mirar aquel cuadro donde una desconocida flotaba bocaabajo en un estanque, recordó el porqué se iba así. El origen de su decisión, ya lejana. Se preguntó, una vez más, antes de quitarse la vida, qué clase de madre podría haber hecho lo que le había hecho la suya cuando apenas comenzaba a vivir.
Apartó la mirada del cuadro, y se permitió recordar la macabra escena con cierta morbosidad, con la amarga sonrisa de un rostro acabado: su madre, con aquel minúsculo y ridículo bikini verdoso que colgaba de su enteco cuerpo de drogadicta; y ella, tan solo una niña, jugando con su madre en aquella piscina comunitaria a mojarse con pistolas de agua.
Sólo que la suya no era para jugar.
Sólo que la suya pesaba un poco más de la cuenta.
"Mamá, ésta, ¿echa agua?" y su madre, con risa histérica, corría alrededor de la piscina, con la otra pistola de agua, de color gris también, aunque más grande, más aparatosa... más de juguete. "¡Apunta y verás renacuaja!" Las palabras se escurrían por su boca de fresa. En su frenesí, resbaló en un charco que rodeaba la piscina. Cayó de culo, y rió con estridencia, revolcándose por el bordillo de la piscina. Luedo se puso de pie de nuevo, o lo intentó, porque el ataque de risa no la dejaba incorporarse. Hacía sol, y calor. No había nadie más que ellas en la piscina. No había nadie cerca. La niña miraba a su madre, y se reía un poquito; la apuntaba mientras con la pesada pistola. La madre consiguió ponerse en pie, y se acercó al trampolín con pasos vacilantes. "Estás lejos mamá: así no va a llegar el chorrito de agua", se quejaba la niña. "Sí llega, mi vida, apunta, apunta y dispara, ¡y verás!" Y vuelta a reír. La madre bajó su arma, y la miró de frente. "¿No vas a probar?" le espetó de pronto, parando de reír. La niña contestó de nuevo que no llegaría. "Pues acércate, por todos los santos! ¿Acaso eres como tu padre, una cobarde?" La niña se acercó y miró a su madre a los ojos. "No soy una cobarde". Sonrió con ternura a su madre y añadió: "¡Ahora verás mami!"
Y acto seguido, disparó.
El inocente chorrito de agua que esperaba se transformó en un estruendo que le quebró el oído. La bala salió disparada. Estalló la cabeza de la madre. Su cuerpo inerte cayó, y la sangre salpicó todo: los bordes de la piscina, el agua, la inocencia.
Y la hija, sosteniendo todavía la pistola en las manos, sólo pudo balbucer "no soy una cobarde".
El ruido de un relámpago la devolvió al presente. Cerró los ojos, y dejó que el veneno del recuerdo, mezclado con el real, corriese agriamente por su lengua. Luego, por su garganta. Todo su ser anhelaba descanso. "No soy una cobarde" se recordó a sí misma. Las cobardes eran mujeres como su madre: que veían la muerte como única alternativa para salir de una mala vida. De una vida difícil que ellas mismas se habían buscado, y que no querían cambiar pese a las oportunidades que tenían. Ella, sin embargo, era decente: había cuidado a sus hijos, les había dado la mejor educación posible, todo su cariño, todo su tiempo. Ahora, los hijos eran mayores, y ella un trasto abandonado. Le llegaba la hora pero no quería morir en un hospital. El asilo que la alojaba se había convertido en su único hogar aquellos últimos meses, y decidió que era un buen momento para irse. "La cobarde era ella, porque abandonó" se dijo de nuevo. Miró otra vez el cuadro: parecía que alguien quisiera recordarle que el suicidio no era la única opción para dejar este mundo, pero quizás sí, la menos cobarde. Son rió, y no puedo evitar pensar de nuevo que su madre, estuviese donde estuvieses, era la auténtica cobarde, mientras que ella sí había luchado por salir adelante. A la mañana siguiente la encontraron desmadejada sobre la cama del asilo, con la mirada perdida en aquel cuadro tan horripilante que nadie deseó en su habitación.
Y sin embargo, ella sí supo apreciar la imagen.
La imagen de su vida.

lunes, 22 de septiembre de 2008

El sueño de Pablo, de Antonio Ventura

En la actualidad hay en España, desde mi punto de vista, editoriales de la llamada literatura infantil que hacen gala de una calidad extraordinaria. Ya les he hablado en estas entradas de infancias compartidas (con mis hijos y me querida Ana, con algunos alumnos y ahora con ustedes) de algunas colecciones que parecen extremadamente interesantes como las de Thule en su colección trampantojos, las de MediaVaca en esos LIBROS PARA NIÑOS ¡NO SÓLO para niños!, las de Barbara Fiore. Quiero hoy hablarles de otra editorial de la que sólo poseo dos libros y los dos son fabulosos, la editorial los cuatro azules que se ha hecho hueco en ese mercado de la calidad literaria y plástica que por desgracia no abunda en las bibliotecas públicas de la capital isleña que habito. ¡No estaría mal un mayor compromiso político en este sentido, que ya vale con que tengan los niños de este archipiélago que ir en avión a ver la Pinacoteca Nacional para que no cuenten en las bibliotecas con libros cuya calidad puede, estoy convencida, guiar su sensibilidad sin perjuicio para la salud.
Y dicho, lo dicho, un fragmento de El sueño de Pablo, escrito por Antonio Ventura e ilustrado por Pablo Auladell en una estupenda edición de Los cuatro azules, Madrid, 2008.
Dice así:
A Pablo le gusta dormirse escuchando el sonido del mar. Aunque nunca lo ha visto, sabe por su abuelo, que fue marinero en su juventud, que el mar es mucho más grande que la pradera que se extiende a poniente, que tiene mucha más agua que el río del valle y que no se puede abarcar con la vista.
Pablo no es pastor, pero cuando no va a la escuela, acompaña a su hermano Andrés con las vacas, y antes de volver al pueblo le gusta contarlas, aunque a veces se euivoca, y tiene que ser Andrés el que le explique que el trece va después del doce y antes del catorce.
Pablo, además de ver el mar, excuchar las historias de su abuelo y salir con su hermano Andrés y las vacas a los pastos del monte, lo que más desea es aprender a leer.

Julia, su vecina, es la niña que más le gusta, y ya sabe leer, aunque él imagina que muchas veces se inventa las palabras que no conoce, pues cuando le pide que lea un cuento que su madre ya le ha leído alguna noche al irese a la cama, se da cuenta de que Julia lee palabras diferentes a las que su madre nombra.
(...)
Y aquí lo dejo (excesiva en colores hoy) esperando que se hayan enganchado y corran mañana a las bibliotecas a pedir el libro, a ver si así podemos acercar a nuestros hijos a sueños en que la palabra de madre, el mar, el amor, los pastos y los abuelos, las vacas, los peces y las nubes viven en fantástica armonía. Y ya de paso decirles que otro título de Antonio Ventura que hay en mis estantes compartidos es una delicia titulada Cuando sale la luna, ilustrada por Elena Odriozola y publicado por Thule en 2006.

lunes, 8 de septiembre de 2008

El perro de Goya en Beirut, fragmento de un cuento de Ricardo Gómez

EL PERRO DE GOYA EN BEIRUT



TRECE HORAS antes de que el perro semihundido asomase la cabeza por encima de aquel montón de tierra, Fairuz Mernisi se levantaba como todas las mañanas para ir a la escuela.

Su madre la obsequió al despertarse con una enorme sonrisa y un humeante tazón de leche.


DOCE HORAS antes de que el perro alzase la cabeza para contemplar la devastación, Fairuz salió de casa vestida de colegiala; llevana en una cartera los cuadernos con los deberes hechos la víspera. Ella y su madre recorrieron el camino hacia la escuela cantando una canción que hablaba de ratoncitos blancos.


ONCES HORAS antes de que el perro meditase, asombrado una vez más, sobre la brutal explosión que había arrasado la plaza, Fairuz practicaba con sus compañeros de clase la tabla de multiplicar. Siete por siete eran en Beirut lo mismo que en otras partes del mundo y como en otros lugares del planeta, la maestra se afanaba para que aquel ejercicio rutinario diese normalidad a un día que no tenía nada de corriente.


DIEZ HORAS antes de la mirada de asombro del perro semihundido, en clase de Fairuz se anticipó la hora del recreo. Por espantar los miedos, la maestra explicó lo que esos días estaba ocurriendo en la ciudad. (...)



Hasta hoy he sido profesora en una escuelita de muy diversas materias, siempre
relacionadas con lo social, en Educación Secundaria. Daba, por ejemplo Ética a chicos y chicas de 15 y 16 años y para ellos cada año recopilaba materiales que los hicieran reflexionar sobre cuestiones fundamentales como la violencia. El curso pasado compré y usé un libro de Ricardo Gómez que lleva por título 7 cuentos crudos. Aunque este no sea un buen sitio para nacer. El libro está ilustrado por Juan Ramón Alonso y editado en Madrid por SM en 2007. El fragmento que he copiado aquí es de el primer cuento y se encuentra en las páginas 13-16. Todo el libro me parece muy útil y bello pese a la crudeza.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

El descubrimiento del alfabeto, de Luigi Malerba.

EL DESCUBRIMIENTO DEL ALFABETO
Al atardecer Ambanelli dejaba de trabajar y se iba a casa a sentarse con el hijo del patrón porque quería aprender a leer y a escribir.
- Empecemos con el alfabeto- dijo el niño, que tenía once años.
- Empecemos con el alfabeto.
- La primera de todas es la A.
-A- dijo paciente Ambanelli.
- Luego viene la B.
- ¿Y por qué primero una y luego otra?- preguntó Ambanelli.
Esto el hijo del patrón no lo sabía.
- Las han puesto en ese orde, pero usted puede usarlas como quiera.
- No entiendo por qué las han puesto en ese orden- dijo Ambanelli.
- Por comodidad- respondió el niño.
- Me gustaría saber quién se ha encargado de hacer este trabajo.
- Vienen así en el alfabeto.
-¿Quiere esto decir acaso- dijo Ambanelli- que la cosa cambia si yo digo que primero viene la B y luego la A?
- No- dijo el niño.
- Entonces sigamos adelante.
- Luego tenemos la C, que se puede pronunciar de dos maneras.
- Estas cosas las ha inventado al guien que no tenía nada que hacer.
El niño no sabía qué decir.
- Quiero aprender a poner mi firma- dijo Albanelli, no me hace ninguna gracia tener que poner una cruz cuando tengo que firmar un papel.
El niño cogió el lapicero y un trozo de papel y escribió: "Ambanelli, Federico", luego mostró el papel al campesino.
- Ésta es su firma.
- Entonces empecemos con mi firma desde el principio.
- La primera es la A- dijo el hijo del patrón, luego viene la M.
- ¿Has visto?- dijo Ambanelli-, ahora empezamos a razonar.
- Luego la B y luego otra vez la A.
- ¿Igual que la primera?- preguntó Ambanelli.
- Idéntica.
El niño escribía las letras de una en una y luego las recalcaba con el lápiz llevando con su mano la mano del campesino.
Ambanelli se quería saltar siempre la segunda A que a su juicio no servía para nada, pero un mes más tarde había aprendido a escribir su firma y por la noche la escribía sobre las cenizas del hogar ara que no se olvidara.
Cuando vinieron los del acopio del grano le dieron a firmar el recibo, Ambanelli se pasó por la lengua la punta del lápiz tinta y escribió su nombre. La hoja era demasiado estrecha y su firma demasiado larga, pero a los del camión "Amban" les pareció suficiente, y puede que por eso desde entonces muchos empezaron a llamarle "Amban", aunque poco tiempo después ya había aprendido a escribir más pequeña su firma y a ponerla por entero en los recibos del acopio.
El hijo de los patronos se hizo amigo del viejo y después del alfabeto escribieron juntos un montón de palabras, cortas y largas, bajas y altas, delgadas y gordas, tal como se las figuraba Ambanelli.
El viejo puso tanto entusiasmo que soñaba con ellas por la noche, palabras escritas en libros, en las paredes, en el cielo, grandes y resplandecientes como el universo estrellado. Algunas palabras le gustaban más que otras y hasta intentó enseñárselas a su mujer. Luego aprendió a juntarlas y un día escribió: "Consorcio Agrario Provincial de Parma".
Ambanelli contaba las palabras que había aprendido como se cuentan los sacos de grano que salen de la trilladora y cuando llegó a aprenderse cien le pareció que había hecho un buen trabajo.
"Ahora creo que ya es suficiente para mi edad."
Ambanelli se iba a buscar en los trozos viejos de periódico las palabras que conocía y cuando encontraba una se ponía contento como si hubiese encontrado un amigo.
Leer con mis hijos ha provocado el reencuentro con muchos libros y el descubrimiento de tantos otros.
Este cuento delicioso de Malerba, que por deformación profesional no puedo dejar de asociar con mi admirado Paulo Freire, está publicado junto a otro del mismo autor que lle va por título El agua del mar.
La edición que tengo y he usado es de una de esas editoriales cuidadosas que se agradecen: Gadir Editorial.
La traducción de los cuentos es de Francisco de Julio Carrobles y las ilustraciones de Teresa Novoa.
Por supuesto les recomiento el acercamiento al libro objeto.

jueves, 28 de agosto de 2008

El taller de las mariposas, de Gioconda Belli

GIOCONDA BELLI
El Taller de las mariposas
Las mariposas no pesan casi nada. Son leves. Son apenas como el pestañeo de la luz del sol, como si al sol le picaran los ojos y parpadeara rojo o amarillo.
Como las hay de tantos colores, se podría pensar también que son estornudos del arcoiris... o pedacitoso que se le desprenden cuando el arco no queda completo.
Hace mucho tiempo, las mariposas no existían.
Los Diseñadores de Todas las Cosas sólo tenían permiso para diseñar, por separado, los animales del Reino Animal y las flores, frutas y plantas del Reino Vegetal.
Había, sin embargo, entre los diseñadores, un joven muy inquieto que se llamaba Odaer a quin esta prohibición le molestaba mucho porque a él le gustaba pensar en cómo mezclar las especies y hacer experimentos. Odaer era muy ingenioso y siempre estaba armando cosas con las manos. El y un grupo de sus amigos se reunían a escondidas en una cueva en medio de la floresta y hablaban y discutían sobre todo lo que se podría crear si los Diseñadores de Todas las Cosas tuvieran un espíritu menos rígido y fueran más atrevidos.
- Un árbol que cantara como pájaro o un ave que en vez de huevos pusiera frutas- decía Odaer a sus amigos.
La secreta obsesión de Odaer era, sin embargo, la de hacer una mezcla entre un pájaro y una flor. (...)
Entre las maravillas hallables en los anaqueles dedicados a la literatura infantil se encuentran algunas editoriales a las que me he hecho adicta. Es el caso de BARBARA FIORE EDITORA. Esta editorial, española y según me han dicho afincada en los sures de la Península, tiene joyas de todos los tamaños y formas que destacan por aunar la inmejorable calidad de textos e ilustraciones con una cuidadosa edición. En este caso el bellísimo texto de mi admirada Gioconda Belli se acompaña de las ilustraciones de Wolf Erlbruch. Se los recomiendo.

lunes, 18 de agosto de 2008

Habría que..., texto de Thierry Lenain

El niño estaba sentado en su isla.
Miraba el mundo y reflexionaba.


Vio las guerras.
Y se dijo que habría que pintar de colores
los uniformes de los soldados,
y de sus cañones y fusiles
hacer ramas para los pájaros
y flautas para los pastores.
El niño vio el hambre.
Y se dijo que habría que atrapar las nubes
con un lazoo y hacerlas llover sobre los desiertos.
Y habría que llenar los cauces de los ríos
de agua y de leche.
El niño vio la miseria.
Y se dijo que habría que aprender a sumar,
a restar y a multiplicar, y después a dividir.
Habría que aprender a compartir el dinero,
el pan, el aire y la tierra.
El niño vio a los poderosos
comer, dar órdenes, proclamar y decretar.
Y se dijo que habría que abrirles los ojos
o expulsarles.
El niño vio el mar
y se dijo que habría que limpiarlo.
Y después sentarse frente a él, sólo para soñar.
El niño vio los bosques.
Y se dijo que sería bueno pasear, aventurarse en ellos
y escribir historias en las que perderse,
y después tumbarse sobre la hierba a escucharlas.
El niño vio las lágrimas.
Y se dijo qye habría que aprender a abrazarse,
a no tener miedo de los besos.
Habría que aprender a decir te quiero
aún sin haberlo escuchado jamás.
El niño levantó la cabeza.
Vio la luna con una bandera plantada en su frente.
Y se dijo que habría que arrancársela
y después pedirle perdón.
El niño miró el mundo
por última vez desde su isla.
Y entonces decidió...
...nacer.
Este imprescindible texto de Thierry Lenain está publicado por Kókinos.
El libro es una delicia con ilustraciones de Olivier Tallec.
Si lo encuentran en alguna biblioteca (en las de esta isla no acostumbran
exponer arte en secciones infantiles) o pueden comprarlo creo que lo celebrarán.